VIDRIERAS (POEMARIO COMPLETO)

PRIMERA PARTE: ALFA

I
Derribada
Por el numerado polvo
La metáfora del decorado
– diáfana tierra para la profecía
que salina se divide y se despliega -,
pronuncia la cuádriga en el viento
– exhalación, hollín,
marco de medallones, de presencias –
ese surco, hemorragia en el encuentro,
balanza de reminiscencias vivas
desde la biselada garganta,
como un cenotafio en la amplitud.

Cerca del corazón
– su insondable maquinaria,
su engranaje en vela –
crepita la letal adormidera
que rasga con sus fauces el acónito
aquilatado en la erosión propensa
que asolará esta advertencia.

Más adelante,
La gramática, muy bien señalizada,
También alumbrará.

Se trata así, sin más,
Ni menos ni nunca,
De sondear el pábilo:
La memoria en viñetas segmentada
Recorre sucesiva, ultravoraz,
Las palancas latentes.
II
Húmedo plectro
Tasca adagios
Eufónicos,
Estandartes hincados
En rugosas conciencias:
Caparazones invertidos, perforados.

Como los montes se enarcan
A la hora del regreso
– cabezas que destilan oriflamas –
el ciprés flagela las refrigeradas
pléyades.

Buceando en muchedumbres,
En periplos,
Penetro solo en la indecisión,
Ahora como un vaso,
Tan
Colmada.

Hay
Una estrofa
Escanciada
Entre los equidistantes polos
Como iliónicas falanges,
En virtud de la cual el desenlace avanza
Aún sellado
Por corteza nuclear.

Se observa el busto trémulo
– ¿variable?-.

Alguna mutación en el deseo
Repica ya.

III
L Albatros.
Baudelaire.
Hacia
El incandescente nido
Vuela el albatros.
Un sellado lagar
Es este niquelado cielo
Donde en la intimidad
De los cerrados ojos
Bascula
La confidencia.
Aerostáticas tramoyas
Celebran la escritura
Oculta
Solo al movimiento.
Salta y salta
El dado en la líquida
Espera
Del claro de sueño
persiguiéndote,
Pulsando tu mentida ausencia,
Abriendo avenidas para estos recovecos
De marfil sobredorado.

Encima
Del horizontal cartel
Relampagueante,
Sé que despliegas
El anillo
Astral.

Sabes que
En el suelo
Donde
Acaricias imágenes
Cosidas
A tus sobrios pasos;
Donde juegas a repetir silencios;
Se desplaza
La película fatal
Que archiva piafantes
Estalactitas
– columnas que sostienen
la impenetrable noche -.
Y lo olvidas.
Tratas de reproducir
En tus sumergidas manos
Esquemas gaseosos,
Irrevocables.
Rotura este vocablo
Que camina delante
De ti
Como una armadura fulminante,
– matriz
oval
para la reactiva,
consumada
comunicación -..
Admira
Las aspergidas luminarias,
El desnudo pleno de la seráfica
Contemplación
En el órgano
Experimental.
Acecha
En torno al doméstico asiento
La irreconocible
Visita.
Engendrado en la niebla,
Poema:
Reproduce hogueras.
Empieza de nuevo a surgir.

IV

Dos besos
A la par
Convocan
La firma eterna.
Canícula se cierne
Sobre el monte
De radiales pomerios
En dirección al crítico
Yacimiento.
Yacer:pasar:creer.
Luz exprimida
En los maduros senos, en
La fragua.
Granizadas notas
Se emancipan del arpa que las une.

Forman
El mar: fundidos oclusión y ascenso.
Crónica magnitud biplana.
Partida doble en instrumentadas variaciones.
Materia prima en sólido abrazo
Sonoro, sensitivo, realizable.

Sintaxis del asfodelo,
Del acanto,
Del ábaco inflamable
En la roca sombría.

Dispersadas letras allí, en el punto,
En el revoque sideral.
Reconstruir el día,
Su continuo ciclo,
Sus imágenes y su divinidad
De múltiples especies.
Recuerda, recibe.

Borda los trabajos,
Las crujías
Imantadas
En la pradera consonante.

Pacerán los pueblos
Y abrevará su seminal tabla
En tus inmediaciones.

V
Contorsionados estambres
– andamios sin capitel posible –
surcan la coordenada transparente,
soledad de los sueños y el retiro
– carga léxica, local,
en los meandros del cambiante número -.
Contaminado el flujo concordante,
Confuso a veces; otras, precisando
Un dardo cenagoso,
Motiva la expansión del universo.

Leve como pie desnudo al viento
Acompaña el vocablo al que converge
Por la progresiva obra, paulatino.

Sustenta en el bastón la arquitectura.

Cae la nieve
Escuchada. Como fuego en las sienes
Gime en espejos el carro campal.

Tantas veces oculto, tantas veces,
El cráneo a la inactitud concede forma
Firme para el paso del serafín.
Detrás de mí, una baldosa ignorada
Repite ese refrán concretamente
Enfrentado a la soga proyectada
Que delante de mí camina.

Se evaporan los pájaros, incluso,
En arañas barrocas, conciertos glaciares.
Desplaza a la esfinge la paradoja,
La sílaba los pilares conmueve
Del tráfico mental.

Con cal sobre madera está marcada
La cruz del encuentro.

En tonsuradas vértebras
Tendido el puente está, para dos peajes.

Lactantes resplandores en la niebla
Consagran la gaceta prohibida
Todavía.

Detrás de un muro la imagen presente.

Cinegéticas, las enredaderas,
Condensan la pirueta del delfín
Como tesoro para otros armarios.

En brusco salto, externo a las esferas,
La sangre distribuye la ordalía
– respiración, semilla en el vacío
secreto hueco horadado en el consuelo –
y aterriza sobre púber monumento:
la gravedad sincera,
constructora.

Oh cuerpo, cuerpo,
Cementerio habitado de silencio,
Señal abierta en el aire pronunciado,
Perpetua longitud hasta mis dedos,
Sobre el tapete de ritmo primaveral
Que enreda su pinacoteca en llantos.

Lugar devastado,
No profanado.
Nadie. Nada.

Espera
Al último redoble del momento.

Repleta llama en combustión gotea
Indómitas frases en la armonía
Polícroma.

Flamígero residuo de este instante,
Serás tú la trompeta.

Insiste, invoca.

VI
El corazón y la piedra.
Machado.

O el corazón o la piedra.
Personaliza, habla, el cronómetro
Solar,
Virtud visceral al fondo del vaso.
Pero no ignoras
El agudo descenso desbocado;
Sin freno, brida ni témpano,
Puro pedal acorde con el ánimo
Revestido de velluda inocencia.
Como el Zodíaco,
Ciñe el misterio la oxigenada
Observación – experimento
Para esta ruta, para esta circunvalación -.
En teselas que conservan el trino antiguo
Apuntas en serie tu identidad confusa,
Desde el recinto en el que tus pupilas abarcan
La señal de humo que trazan los gestos
– última frontera, espejo interior -.
El neblí recapacita en cada grado
Hasta la única teja, marginal.
Los molinos despliegan variedades.
La corriente salvífica se encierra
En el monacal renglón, bengala viva.
Agua incolora,
Desnuda
De vanidad – putrefacción somera,
Refresca los miembros
Con tu terapia llena, tu evangelio
– certero golpe
a la frente del tedio,
ironizante -.

VII

ÉGLOGA
Viniste a mí, nostalgia,
Espesa como las ondas y el fuego,
Firme como las profundas basas
De un templo en las horas de escayola.

Había niebla. Plata congelada
Sobre la hierba.

La fuente lloraba
Cubierta de consuelos matinales.

Por entre las escaladoras hiedras
Del pardo muro escrito por el siglo,
Se entreabrió una hendidura fulgurante.

Graznaban sobre el pabellón los cuervos,
Con sus cascos como estrellas azules.

En las cimas,
El tímpano silvestre,
Abría paso al sinfónico túnel
De cítaras y voces.

El sol
Cabía en la mano cerrada.

En las humanas
Grutas
Los leñascos
Se consumían.
Parajes yertos, aves enramadas.
El corazón
Como una barca sepultada
En la última planicie del ocaso.
VIII

Como una bomba
En la cavidad multiplicada
Estalla el silencio.
Arrastra el aire colores en su seno,
Guirnaldas suaves,
Tributo a las ninfas.
El pan partido en la monotonía;
Escanciado el vino narcotizado.
Caerá sobre la palma de la mano
– melófago llano –
el llanto -eco disuelto en placer ritual-.
La fosfórica saeta
Ronda patios desiertos, salas muertas,
Cuerpos heridos en fuentes nacidas
De la roca.
Se distribuye
La cédula
– en clave cifrada –
para el planeta transparente y frágil,
la burbuja al viento.
Transportamos el agua en la vasija
– torneada oración -,
hacia el fulgurante, exacto emblema,
sobre la superficie acompasada
– termómetro solar -.
Golfos detrás de la niebla
Destejen el trenzado
De la nocturna góndola
A través del estertor hialino,
Como un escorzo de tensado aplomo.
Luna blanca, plegaria nacarada,
Esparces áloe y mirra en la hendidura
– compuerta que registra
plomo áureo
sobre la tonsurada certidumbre
del nevado vestigio cincelado
en alabastro real -.
Ambarinos engranajes
Devuelven a la solitaria pipa,
Su habitual candor,
En el desnudo clímax, en la fragua
Oculta.
Flotan los manes de la tempestad,
Vibran las cañas en el horizonte.
Desplegados instantes
Aspiran a la unidad musical
Con anillo perpetuo, indisoluble.
Clama el ocaso en la moneda
Que encierra la polícroma virtud
Del universo – cántaro quebrado
En tantas aristas de fracciones
Como especies verbales en la voz-.
Surtido derramado en la nostalgia
– espeso ungüento, condición humana -,
que armoniza en la primigenia célula
el soplo
inmaculado
del amor

con redoble consciente.

IX
NATIVITAS
I

Sordo rumor de pájaros y flechas
Invade el anverso petrificado
De una meditación.

II

Algunos bordes de fulgor metálico
Atraviesan
En longevas soledades,
Un desierto sin música
Hacia
La Tierra prometida.

Se respira en el aire la blasfemia.

La peste descansa en el Capitolio
Con un consuelo virgen bajo el brazo.

Soberbia calavera en la autopista
Ha profetizado
Una
Palinodia paradójica.

Asomada al ritmo la enamorada
Letra,
Despide
A la armada circunstancia
Que para siempre parte.

Han devastado
La juventud
De las estatuas.

Queda el verso.

III

Y ya nada más resiste al estío
Salvo el silencio.

Pero he aquí que el silencio está habitado.

Aguarda
Al límite
Del residuo sellado
Lo impronunciable.

X

No es posible
Escuchar en el crepúsculo la alarma
Que nos ha despertatado en otro sitio,
Que nos ha identificado en el espejo
El pinpollo candeal.

Deambulatorio
Para la reproducción del idilio
Miniado con la panléxica técnica
– pincel argumental,
solo con el fin de diseminar
el melancólico talento.
Oh, ausencia, amada mía:
El ser a ti te entrego.

XI

PERSPECTIVA
(ODA)

La noche
Se desliza palpitando
Como una libre nota entre las aguas.

¿ Ignoras, corazón, ese latido?
¿ Distingues el rumor en las espumas?

Se arrugan los sueños abandonados
En las riberas nunca conocidas.

La tímida pregunta adolescente
Tiende el arco hacia lívidas alturas.

Lágrimas sobre la sombra.

Ahora,
Grabada está la piedra en lentas olas.

En su vacío la alentada boca
Repite firme una oración perenne.

Qué ausente tu sonrisa de la mía…

Mas,
Cautivo entre imantados arcos
El musgo besa el pecho de los héroes
Que esperan al unísono un silbido
Perpetrador de las sinuosidades
De un incendio perdido.

Las edades.

El ser aguarda…hacia tí, dios pronunciado
En los cauces que los dedos esculpen.

Desnudas las montañas se le ofrecen
En pantallas azules.

En el mármol
Vocal han caído las palomas
Atardecidas,
Que rescatan la ausencia de la noche.

En esa noche, lentos, caminamos,
Alumbrados por un farol de umbrales.

«Aquí estamos – anunciarán los pasos -,
rendidos al silencio de una puerta.
Escuchamos
Detonaciones cóncavas
Que anuncia invicta flor mientras se abre».

Tales son las palabras.

El ocaso,
El único autor de nuestra figura.

Sombras morales.

La edad se esfuma y el canto persiste.

Entre los blancos dedos la ceniza
Siembra la infinitud de las estrellas,
Como un anillo rojo.

Retumban
Los martillos blandidos bajo el agua.

Única juventud posible: perspectiva
De las horas vividas y soñadas.

Apolillada aguja,
Pensamiento,
Descansa arrinconado junto al río.

La película, góndola en descenso,
Borra los miembros trémulos del mármol.

Ya palidece el viento.
Ya palpitan las alas en el túnel.

Verbo atrapado:
rescata solo el fuego.

Las palomas, al fondo, te contienen.

Avanza, avanza.
Te aguarda el silencio.

XII

Lámina.
En ti he escrito mi nombre muchas veces
Para reencontrarlo, transmitirlo en las hojas;
En su reverso, siempre.

SEGUNDA PARTE: OMEGA

I

CUARTETO

Disuelto,
Desintegrado
En etílico néctar,
El aparecido aroma regresa,
Sin percusión audible,
Regresa para hacerse definitivo.
Definitivamente, nuevamente,
– ¿existe diferencia? –
para ahuyentar la quimera evaporada
del estanque del ayer.

Restauración.

El cielo, útero sellado por frescos,
Rememora la cinética ilusión.
El milimétrico estigma lacera
La casaca espacial
– proyectada vertiente en la aridez -.

Para nosotros solos,
Para que la savia nutra a la especie
Destinada a la precipitación
Transustanciada,
Para que justa sea la plegaria,
El astro, el rigor,
Has vuelto.

La cúpula nominal
Cobija esto: la apaleada nostalgia
Que acecha todavía.

II

Todo ha sido creado.
La caricia solar riela paisajes musicales,

Se hunde en cristalinas grutas,

Emerge

Desde las raíces de la Tierra.
Silentes

Lloran sirenas al pie de un espejo.
Y las hiedras, alrededor se enzarzan
En óvalo, como plata sombría.
Cruje el misterio, diente preso en las hojas.
Enterrada en el limo inconsistente,
La memoria es solo un pez invisible.
Muere la sangre con hierro mezclada,
Alimento del árbol donde madura
Ácido nimbo, el solemne amor.
Sobre la esfinge y su gesto de terracota
Que vela encendida el prescrito paso
Ondea una bandera agonizante.
Aquí, lejos de todo arde el suspiro.
Aquí, sobre las olas del silencio.
Murallas de nostalgia, arcos gloriosos,
Escalados por el hecho futuro.

Escudos ciegos, parlantes espadas;
Arañazos en piedras tan distantes.
Velocidad o altura
– llama o pluma –
sobre el olvido y su perfecta gota,
bajo el tendido azul de esta palabra.
Ingravidez aquí.
Bruñidos astros
Uncidos al rayo, al continuo hilo.
La lágrima sujeta a la mirada
Abraza aún el vacío transparente.
La lágrima en la inmensidad retumba.
III

PROGRESIÓN ELEGÍACA
El átomo fecunda el espacio.

Larga cadencia dáctila se cierne
Serpenteando en el muslo inmortal
– río que eleático desciende
hasta la conceptual nítida cuna -.

Emigran los primeros esplendores
En techo nebuloso inscritos.

Algunos cascos rozan el aviso,
Sortean el mensaje y retroceden
– autómatas vencidos-.

Es este un sortilegio
Para llenar el rebosante cáliz
Por ahora vacío
Que sostiene el empañado silencio
Incubado en la maternal ceniza:
Pedestal de lo melódico, tangible.

Envasada en cavernas, la tormenta,
Susurra en el aire la caída
– lágrima siempre,
cápsula o mandorla expansiva -.

Azufre, azufre.
Abundante enjambre borda máscaras,
Metamorfosis de lo relativo.

La condición clavada en el muro vidente
Se enseñorea, se anexiona reinos.
IV

Una ranura
Para verte.

,
En volcánicos bastidores,
Paleológicos,
He grabado mi huella
Cual corola, loto que se entreabre
Al lustrativo
Diapasón
Vespertino.
¿ Dónde – preguntan –
está excavado
el escorzo
del vuelo?
Volveré, volverás. Sé pronunciar tu nombre.
Diametralmente
A la seráfica piscina de sombra,
Dialogamos
Por el hilo – cable tendido
Desde el Hades -.

Desde tu reino.

Reververa
Entre nuestros dedos
La llama fatal
– nudo de acero y sangre -.

Parece indicar la diadema,
La vida nueva,
Resorte al cabo,
Respiradero fluido,
Irrevocable.
Abrasados misterios
Los caminos.
V

Transparencia es perfección.

La memoria ingenua,
Inexistente,
Paladea gorgeos abandonados
En el umbral del Occidente.

Instantánea, esta voz
Transgrede
La cámara enrollada
– velocidad sin grito –
clasificada en pálidos intentos.

Galeones han surcado este adviento.
VI

A tientas
Por el
Remanente opaco brillo

En busca de la rama dorada.

Tiendas en semánticos arrabales
Vierten espigas sobre fallecidos
Sueños.

La roca mana agua: es el camino
Al fondo del cual aguarda el concepto.
Dísticas sonrisas sobre el aire,
Aquí y allá,
Se posan en el vértice pensante.
A veces lejos del sol
Adivinamos
La cercanía en instantáneas lanzas.
» Grita en la cueva» – indicas con emblemas,
salmos y anuncios de revivificación –
» el buitre nebuloso,
y abraza con sus alas – lágrimas –
el torso de la cruz».
El exégeta encarna
Las actitudes en la vid pasiva
– racimos de dolor en ese cuerno
que fabrica la luna cada noche -.

Raíces blancas, raíces blancas,
Beben la orla del lodo imperial.
Huidizas gacelas por los prados
Cobijadas
Bajo alegre certidumbre,
Encantadora nodriza apagada
En la sombra vidente.
-¿ Parir almas?-
Almas recostadas en privilegios,
En códigos de esencia incandescente.

A través de la bóveda toscana
– volátil túnel -,
rueda el faro fatal
– vientre mudo que aguarda la gastada
moneda del viaje inaugural -.

Donde se posa
El latigazo vertical, excéntrico,
En la almena más alta de Sión,
Se oyen mis rasgos, o los de cualquier otro,
Hollando el combustible hálito.
Verdades.
Disputan entre sí los primigenios
Temblores del pueblo subverbal
– doctores o maestros
en labial ciencia devoran paredes
con valor añadido -.

Todas las manos sobre la vasija
Inmortal.

Poroso languidece el trueno muscular, hacia la huida.

Huida o existencia.
En el surco la llama,
La reciente palma
Entona.

Ya sobra el regadío que dispersa
La atención.
VII
Origen.

Destello atrapado
En la gravedad oscura.

La última palabra
De ayer
Alumbrará
El hoy.
Tú y yo llevamos
La oración de barro,
Ofrenda neta en el labrado esfuerzo.
Ardiendo al compás
Nuestros cuerpos gemelos
Saludan a la estremecida hora
De la muerte común.
Apenas nada
Para ser redimidos atesora
El magma rielado
– hierro y púrpura –
el río en grito azul precipitado.
En las yertas ramas del desenlace,
Dormir, al fin, en un solo silencio,
Hasta que la implacable
Helada ráfaga
Transporte la inquietud a otro latido.

VIII
ARIA PARA CUATRO VOCES
No.

Puedo pescar en las sinuosidades
Vagas y vitrales del delirio
Fugaz,
Como un clavel enzarzado en la noche.

El peso se sumerge en el latido
Final.
Algas y rocas acarician su nombre.

Ascensiones celebran en burbujas
Huesos, cantos y playas;
Rasgando la certeza y el recibo
En diagonal elíptica a la voz.


Conoces
El aroma derruido,
Más alto que las cóncavas terrazas,
En la desolación simplificada
Del instante perpendicular
Al cuerpo aquí pendiente.
Oh, en el plano, cometa solitario,
En qué olimpos derramas la bandera
Como grueso tapiz,
Por desviadas calzadas de uranio
Forjadas sobre pedernal,
la ausencia.

Devuelve el beso, urgencia milagrosa;
El cielo a las estrellas.

Montaña,
Sumergida en la red o en la sirena
Distante en el misterio eslabonado,
A la cadena que aquí nos uniera,
Siempre.

Potencia nunca engendrada,
¡ blande el cuerno!,
¡ propaga la antorcha televisiva
sedimentada en márgenes sinceros!

Humo entregado, crisálida, carne y sueño,
Como rápido halcón a mediodía,
Poblando la coraza sosegada
Del abismo abierto en fúlgida plegaria
Hacia el destierro de los corazones…

El adagio
Es un resorte que se estrella
A los pies de la lira,
Con su dodecafónico susurro
– metal hollante
cual hoja sobre hielo -.
La palabra refulge en pradera estéril.
Cual hoz curvada decapita estucos
Que obstruyen la fisura de la piedra
Real,
Y consultada renace en las aves
Que en vuelo poligonal trazan el mundo.
Sandalia: bajo tu planta la hierba
Ha proferido la única verdad.
Un fósforo disipa la liturgia
En las ondas del río.
Percibe ahora, para siempre ahora,
Aquel día en tus ensenadas muerto.

IX

IMPROVISACIÓN
Caía la lluvia improvisando

El desnudo de la montaña blanca

Sobre la suavidad incomprendida

Del día muerto, de la tarde viva.
Algas al borde del piano, sibilas,

Gemían la verdad en un sepulcro

Arrollado cual tosco pergamino.
Helado el nombre estaba entre los labios.
Bajo el sol las sombras engrandecían

Los proverbios esmaltados en jade,

Grabados sobre la alada silueta

Del águila silente.

Los pilares terrestres en el río

Giraban enroscados como el humo.
Seguía el nombre helado entre los labios.
El arpa coralina entre las rocas

Era la perla, armonizada esfera,

Que repartía el sueño humedecido

Sobre el rostro pensante.

Verde el leño extendía admiraciones

O blandas ramas al aire esculpido

Por la ausente, hipnótica metáfora.
Y el nombre siempre helado entre los labios.
Cual beso de plomo
Descendía
Palpitando.

X

Pétalo a pétalo
La canción se desnuda
Sobe el gélido mármol:
La memoria.

El dado
Parte en dos mitades
La explosiva fruta.

Desarbolado
Retumba el polifónico bosque
En el tambor
Del último
Vate.

Surca charcos flamígeros
El inseguro remo,
Ennoblecido por nutricias ínfulas.

Anuncios
Como banderas
Se suceden
En el desierto de signos inscritos
Como llaves giradas en el viento.

Cisternas huecas
Narraban el épico dolor
Cual
Sepulcros parlantes
En la noche de todas las cosas,
Mientras los perros hambrientos
Circundaban la aridez tangible
De una palabra en el fango.

Cibernético báculo
Reparte metálicas semillas
En la clámide undosa
Detrás de mí,
Y germina en las alas de los vientos,
En las corvas escamas de los sueños,
En las cavernas y en los descampados.

Con clavos estaba sujeto el panel
Del cóncavo camino,
Adosado a la equinoccial columna,
Materia pensante.

Al pie, contemplaba
El orgiástico descenso del meteoro
Grabado en la lámina onírica
– página en blanco -, diáfana,
penetrada
por algún perpetuo desvelo.
En las islas donde el alma se extingue
Ondula el más ingenuo resplandor.

Mis manos modelaban la existencia
– agua y fuego respirando el corazón
atómico final -.

Un nuevo amanecer silente
Encendía como plancha uniforme
La eternidad.

Un solo acorde conquistaba la selva
De superpuestas sombras
Entretejidas
Unas a otras con hilo carnal,
Derribadas en la hollada extensión
Del alado
Suspiro.
XI

Un dedo sobre el mar:
La salvación.
Saluda el arco sideral al preciso
Latido subceleste.
Ahora,
Derramado en su fulminante
Anatomía,
Crece la majestad humilde,
La » donna velata»,
La sugestión natural.
Desbocadas máximas circundan
La cúpula de gracia
– blasón cinegético
a la depresión lírica -.
Grutas, solios y teclas
– recortes sigilares -,
construyen el demótico mosaico
– imperativo, táctil -,
la mirada frente a frente.
Pólvora aspergida se disgrega
En archipiélago canoro
– cenizas para el vuelo pirotécnico,
para el viaje encendido en la pupila -.
Una ovación de címbalos avanza.
Megáfonos propagan omniscientes
La marcha triunfal.
En pie, con vistas al cuerno lunar,
Saludamos el resplandor mesiánico
Traducido en la pleamar del piano.

Intervalo total.
Aurora activa,
Hoja arrojada
A las concéntricas borbotaduras,
A la hélice imposible de la meta.
Las hecatombes transitoriamente
Enmarcadas en ceniza,
Copas son de la difunta muerte
En traje nupcial.
Respirar a través de nuestra muerte
Es vivir.
Lente que mensura inaccesibles
Ámbitos derramados,
Desfigurados,
En coros múltiples.
Aéreos asilos.
Dramáticos insectos
Han descolgado
La aquiescente red
Donde caerán las luminosas flores
Del mediodía gris.
Borradas superposiciones hasta el beso
– ónfalo vocal –
trazan los sobrenombres del hastío.
Los pueblos en el vértigo contemplan
Las coordenadas de la sinfonía
– humana en forma,
en potestad divina -.
Envuelto en la nube purpúrea,
El trono habla:
Nácar confuso
En semovientes borlas:
Precipitada
Salutación.
Tú solo
Has resucitado
El alimento inaugural del pájaro.
XII

Para nosotros, solo está el intentar.
T.S.Eliot
Dime tú,
Intérprete,

Adónde debo arrojar la red:

Dónde hay pozos de fuego, dónde altares,

En qué rincón
La huella es más profunda.

Dime tú,
Cuándo regresará la frágil onda

De la despedida.
En fragmentos la espera

Disgregada se consume

En repentinas desapariciones.
Mi más triste allegado:

Rasga pronto

Las ataduras de la mortal lengua.

Devorados castillos
– reflejo o expresión;
iris verbal –

Emanan desde el cerco ponderado

Por el inútil ejemplo ascendente.
No ha pervivido
En el robusto templo
Velado con la solitaria gasa
Un solo vaso en el cual beber sin miedo.

Sobrevivimos al dolor
– cuerda tendida a dos cabos asidos
por la necesidad de repetirnos -.
Lo acontecido es lo venidero;
En el ahora se concibe el siempre
Que nos rescatará en nocturno abrazo
Del helado sonido que penetra
Hasta el visible núcleo.
Desceñiré,
La túnica raída por el siglo
Ególatra: neurótico Midas,
Que refracta codicia en el umbral
De fluidos bagajes, apariencias.
Gime la piedra
En las proximidades de la vida;
Como un globo se alza
El aroma de la tronchada rosa.
Más ligera o más grávida
Levitará
La parábola anunciadora
En la sangre consciente.
Liviano es el momento
Por el que la vida avanza
Por el campo siempre litografiado,
Siempre vigilante;
Mas su peso es exacto en la balanza.
No se ha de descuidar ningún intento.
XIII
Die Buch-
Staben stehn aufwärts.
Celan

SINGLADURA
En la labrada armonía
Socavan las raíces del olvido
La balada continua
Surgida en los reversos descendentes,
Aéreos, o en los vértices lunares.

Reaparecen nuestras tierras a la vista
– praderas, Américas flotantes
o marmóreos tambores;
cristales fragmentados en delicias
sabeas y pirámides boscosas
arquitraban el cómputo augural.

Senos divinos
Recortan los disformes nubarrones;
Constelados collares
Cercan las procelosas sirtes
Del enamorado cuello
– eléctrico órgano políglota,
convulso y tempestuoso
sueño distante -.

Brota el sereno cauce.
El alma cenicienta del pasado
Se engalana en la fibra verbal,
Atesorando rayos en su ascenso.

El grito alado
Del héroe derribado
Alumbra el septentrión.

No reconozco
El rostro que me dio la vida,
En esta anatomía condenada
A perecer amando;
A regar la tensada soledad
Con su única e incandescente noche.

No identifico
El pliego capital.

Detrás aún del vacuo nombre,
Quizá el mensaje pudo ser escrito.
XIV

HEXÁMERON
I

Ceniza de la lengua
– tabla rasa –
en la cual un solo nombre se dibuja.

Como a la forma precede la tenebrosa
Materia.

La planta
Emerge hollada por la mano
En la indenominación.

Los cabellos deshacen
Insondables caminos
En la fuente,
Hacia el interior.

Estaba el centro en la potencia
De la sangre.

Al límite…

II

…en otro recorrido,
detrás de la imagen gravita el fuego
donde nace la apetecida curva.
Súbito regazo,
Entre el seno de la vida y la muerte,
Cuenca en la que no amanecerá.

Hay
Luminosos tejidos
Que forman geométricos espacios.
Se posa
Desde el beso
La expansiva onda,
La pluma.
III

El orden mental
Se dispersa
– constelación naciente -,
rebota en la oquedad y colisiona
bruscamente con el húmedo sueño,
plástico reverso del primer motor.
IV

Suspensión.
La caída se sostiene
En la línea latente.

Residuos;
Ahora átomos se enredan.

Primer cuerpo.

Impresión blanca para la obertura
Enmarcada en las familiares voces.

Relieve proceloso como el río
– máscara de plata –
hacia donde, incubada,
la memoria
se congrega.
V

Fecundación consumida
Sobre el altar terrestre.

Moradas y crepúsculos.

Se magnifica el plano,
Evoluciona
Hasta la concreción.

Brota
Desde la subterrena garganta,
El hálito
Sapiente: telefónico trueno
Que une – puente sacro – ambos misterios.
VI

Revitaliza ahora
Los espacios cóncavos
El manifiesto canto secular.

El movimiento
Anima la materia;
Resucita
El espíritu errante
– abierto fuego -,
aliento escrito tras el pergamino
celeste.

Una trompeta habla.
COLOFÓN

Todo ha sido.

El demiurgo descansa
Sobre el mortuorio lecho de la obra.

Y el vacío
Cual rebosante cántaro,
Multiplica la imagen en las aguas.

XV
OFRENDA
Sostenerse
En el eje protocolario,
En la usura
Nominalista
– ídolo hueco,
sincronizado
con el bagón vegetal.

Aquí,
Sobre
La humedad fundadora del misterio,
El misterio sin imagen ni motivo,
Quiero inhumar la intimidad sapiente
– devastada reliquia -.

Dejo los brazos al pairo.
Rocío
La parrilla
De flujo moral.

Saboreo el patronímico manjar
De la memoria siempre posterior.

Himeneo biocentrífugo;
Disolución bucólica,
Terminal.

Degradación solo aparente
De la conyugal materia
En torno a la
Inextricable
Luz medular.

XVI
La destrucción
Se anuncia
En la palabra.
Pero siempre,
Rotos cristales dividen la imagen
En proyectadas iluminaciones.
Sobre el constelado abanico,
Retráctil en la sombra
– tibia máscara -,
marcamos el color como en un lienzo.
La vida sigue,
Aunque es retenida
En el cálido umbral donde las ascuas
Presagian – lentos faros -,
La total intimidad
Del agua nueva.
La rapsodia en mecánico tránsito,
Bogando con las cuerdas desplegadas
Mensura las incontables arenas
Y las concreta en la consumación.
Consumación: desintegrada virgen,
Cristal, papel y llama
En la estatua que encierra
Tu soledad.
Retrato
Que destila
Calcáreos acantos,
Ménsulas tan sutiles
Como agujas impares.
La presencia
Retiene
En retóricos pozos
La imagen: fotografía y comunicación.

Allí descansa el verbo
– único rastro
sobre el emblema orgánico, en la flor -.
Rocío se extiende en la completa página
Hacia la intransigencia de la aurora,
En la sombría impermeabilidad, en el bronce.
Susurros en Dodona
– como un brote en el leño carcomido –
alumbran todo pórtico
con el baluarte de la última grieta:
aquel preciso golpe
en la frente de toda criatura,
el trueno que ya se escucha,
que reaparece,
pero que no tocamos.
XVII
Si calcinado persistiera
El lecho gris donde
El amor germina
– incierto, turbio -,
necesario fuera, sí, el renacimiento.

Recuperar el conciso prospecto
Sellado con promesas, con decálogos,
– cebo disuelto
en el formol intelectual -.

Precursor, el sonido desatado
Se desvive desde
Los cuatro puntos.

Otra señal tremolante en la niebla.

Parcela el altiplano
Hasta el confín:
– el lluvioso horizonte -.

A Cimeria
Hemos llegado.

Ten paciencia:
Desenrolla
El equipaje.

Acuéstate
Semidespierto
En este tabernáculo vallado

Y escucha.

 

XVIII
Tras
Supervisar el blanco limbo,
Encomendarse
Al
Recorrido estéril.
La infancia germinal,
Aquí, en el presagio,
Como un jardín de marchitos deseos.
Pirófago,
El Amor revolotea
En la habitación infrapresente,
Expandiendo delirios herrumbrosos
– escalas, caracoles
descendentes,
magnéticas montañas invertidas -.
¿ Quién sonríe
al sobrellegado adiós
desde la póstuma velocidad?.
XIX
¿ Y qué cantaremos tras el canto?

Afiladas llamadas
Nos arrastrarán desde el páramo,

Mientras peregrino el cuerpo aguarda
En la loggia abacial,

Al despuntar temprano
De la rueda sobre el collado en llamas.
Ir y venir en melifluo rebaño,

En singladuras pilotadas
Por calafateadas posesiones

– armaduras livianas
para tan presente eternidad -.
Noticia,

Tórrido planeta en el agua,
En tantas y tantas generaciones

Pendientes de ti.
La lengua muerta,
Como arco secreto, para pronunciarte
Despierta.
Sobrevienen escombros,
Gárgolas, cáscaras, minaretes,

En progresiva descomposición:
Estampa cinética:
Escala.
En arenosos laberintos suena
La antorcha,
La pantalla absidial,
Donde tropiezan las tortuosidades
En la absoluta simplificación.
Regresa el nacimiento,
Para inundar la boca del mañana.
XX

Converge en mí, tímpano apocopado
En la postrera sugerencia:
Entreengendrada, muda.

Tras la ventana puedo aún retener
La liminar partesana, que desde el baldaquino
Me señala, como pica
Marcial.

Es hermoso.
Así despierto en el sueño,
Respiro soporíferos candores.
Quizá del paraíso que me ciñe.

Naufragios o gentes.
Sus voces lánguidas a los pies caen;
Agonizan su certificada mueca
De carnaval.

Sin fin, sin fin, agitarse de nuevo,
En el familiar bosque donde el invierno
Materializa este ajedrez de marmórea
Comicidad.

Y el sonámbulo ser columbiforme:

Pálido,
Péndulo,
Pluma,
Colisionando
– dinamitada fuente –

por siempre con la órbita gaseosa
cifrada en el pelásgico cristal.
Resucita, palabra o serpiente.
El pan está partido.