Hoy he estado hablando con un hombre orgulloso
con una carpeta negra bajo el brazo,
con unas gafas oscuras y un cigarro en los labios.
La conversación fue simple:
le pregunté qué era el mundo,
quién era yo, quién era él,
quiénes éramos nosotros, para qué lo seguimos siendo.
Él me respondió con una firma, y se fue.
Ayer estuve hablando con un hombre orgulloso
desde un automóvil como un dragón de hierro,
con un mando en la mano de gruesos botones
escondido en un frac de cementerio.
Me respondió lo mismo ( pero no guardo la firma).
Cuando volvía a mi hogar recordé quién era
el hombre orgulloso de los días pasados
que no miraba nunca cuando hablaba,
que se escondía en mi propio temor.
Detrás de su máscara estaba yo,
y, junto a mí, el hermano al que siento.
Nos reconocimos en el abrazo.
Desde entonces
no he vuelto a conversar con extraños.