Que en la carrera del sueño inventado
los dioses se imaginen poderosos
en la industria del ingenio del hombre
y que sus máquinas atesoren
con la velocidad de la mentira,
ancha senda para perderse útil,
eléctrico veneno, áspid avaro,
como quien retiene su vida que huye,
¿qué puede importar a quien busca el bien
-desconocido de su voluntad-
a quien el mundo noche le parece
sin el luminoso rostro del alma?
Preferirá mirar libre la tierra
y vivir de acuerdo con su criterio
que en el tiempo sus sentencias conserva,
que en el juicio del amor se hace cuerpo,
y todo lo demás le será oculto.
Y del veneno de tantas costumbres
a las que la codicia dio existencia,
hará en el lagar del corazón
un vino de alegría que alumbre el tiempo,
la sangre de un Dios en él escondido.