El río rumoroso
del sentimiento mío
recorriendo los valles de la vida,
en el paisaje umbrío
del invierno en reposo
que al viento de las montañas convida,
amanece con nieve,
nostalgia en abundancia
sobre los campos de los sembradores,
apenas sueño breve
que en el hogar se escancia
como brasa que enciende sus rumores.
El río está cantando
entre los abedules
las palabras que oyó ayer en mi boca.
Su lento fluir blando
de destellos azules
suaviza las entrañas de la roca;
discurre mientras lava
los bordes del recuerdo
con su música de tiempo sagrado.
Su viaje no se acaba
y ya la cuenta pierdo
de los lugares por donde ha pasado.
Estoy en la ventana
del amor escuchando
el deambular pausado de mi vida.
Siempre suena a mañana
el río que va arando
un cauce cuyo surco es una herida;
pero sus aguas claras
de nítida certeza
en la sucesión permanecen quietas.
Son sus formas preclaras
el signo de una pieza
desvanecida en las ondas secretas.
El río es la palabra
que en el mar desemboca,
en el mar invisible de la mente.
En ella patria labra
cambiando lo que toca
en universo feliz y consciente.
Sigue fluyendo, vena,
armonía florida
entre los abedules que te besan.
Sobre el llanto y la pena,
ofrece tu bebida
a las cuatro estaciones que no cesan.
De «Poemas de la Luz Invisible»
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