De todas las cosas conservo el alado
principio de amor que me dio la vida,
y tu ardiente alma, oh monte dichoso
y precioso al borde de los cielos.
Tu cumbre nevada es pura y solitaria,
lejos del bullicio de la tierra herida,
tus laderas descienden y se arraigan
lentamente al antiguo silencio del suelo.
Eres enigma y a la vez remedio,
eres discurso sin engaño,
beso sin medida
y piel del horizonte.
Consuela tu vista mi melancolía
– la nostalgia innata del viajero
que se sabe extranjero en este mundo-;
haces que rejuvenezca mi rostro.
Roca de recuerdo, sílaba en mi lengua,
no puedo olvidar tu dirección
ni tú puedes dejar de librarme el sentido
atado a la miseria de sus culpas.
Te contemplo y digo ¡para siempre!,
el despertar del tiempo para siempre,
la gloria del encuentro para siempre,
la verdad del suspiro para siempre.
No temo nada ya, tan solo quiero
tener tu materia en mi memoria,
tener ante la vista tu mirada
que me hace caminar hacia la vida.
De «Propiciación»