DIOS

 
 

                                 acto primero 

Una clase de primaria. Nueve alumnos de aproximadamente doce años de edad, sentados cada uno en su respectivo pupitre, atienden a Don Pío, el profesor. Don Pío escribe con tiza en una pizarra, delante de una mesa baja. 

DON PÍO (explicando una ecuación de primer grado): Mirad, niños, esta es la incógnita, ¿veis?. Incógnita quiere decir aquella cantidad cuyo valor aritmético no conocemos… Lo que nos interesa es descubrir la incógnita, porque lo demás ya lo tenemos. Estos números nos ayudarán a descubrir la incógnita, porque los demás ya los tenemos. Son como agentes de policía, ¿sabéis?. Si la incógnita es el sospechoso, lo que tenemos que hacer es aislar al sospechoso, dejarlo solo para que no pueda comunicarse y escapar, como en la cárcel, ¿veis?. Así que vamos a separarlo a la derecha del signo igual, pero ¡cuidado! Las cantidades cambian de signo al cambiarlas de lugar, no lo olvidéis… Las cantidades son como los partidos políticos… O están a la derecha con un signo o a la izquierda con otro… Los signos son el positivo y el negativo. De esta forma (consigue despejar la x) ya tenemos en la cárcel a la incógnita. Ahora vamos a descubrir su valor (señalando a un niño) ¿Cuál crees que es su valor, Juanito? 

JUANITO: Lo que está  a la izquierda del signo igual. 

DON PÍO: ¡Exacto! ¡Muy bien, Juanito, muy bien! (los demás niños miran al vitoreado) El valor de la incógnita son estas cifras que tenemos aquí, cada una con un signo. Ahora vamos a resolver la operación. Esto ya no importa, porque lo sabe hacer cualquiera. Lo importante en las ecuaciones es despejar bien la incógnita, ¿estamos?. Muchos se confunden en esto, que es lo único importante… A ver, ¿sabéis ya resolver una ecuación de primer grado? 

TODOS LOS NIÑOS A LA VEZ: Sí. 

DON PÍO: ¿Conque sí, eh? Muy bien, pues voy a haceros caso. Voy a poneros una ecuación para mañana. Los que la resuelvan correctamente, tendrán premio. ¡A ver lo que sois capaces de hacer! (dictando) Copiad: 2x + 24 = 322 – 5. A ver si encontráis al sospechoso. ¡Buena suerte! 

UNA NIÑA: Profesor… 

DON PÍO: ¿Qué pasa, Isabelita? 

LA NIÑA: ¿La tenemos que resolver solos o podemos pedir ayuda a nuestros papás? 

DON PÍO: La tenéis que resolver solos… ¿Si no, qué mérito tendría? 

UN NIÑO: Profesor… 

DON PÍO: ¿Qué ocurre, Samuel? 

UN NIÑO: ¿La incógnita siempre es la x o puede ser un número? 

DON PÍO: Siempre es la x, hombre… Si fuera un número, ya no sería incógnita… 

OTRO NIÑO: Profesor… 

DON PÍO: ¿Qué ocurre, Gonzalito? 

EL NIÑO: ¿Y la incógnita puede valer cero? 

DON PÍO: Sí. Puede valer cero. 

EL NIÑO: ¿No dijo usted que tenía que tener un valor? 

OTRO NIÑO (haciéndose el gracioso): ¡Como el valor de tus exámenes! 

Risas de la clase. 

EL MISMO NIÑO (avergonzado): Mentira, yo saco mejores notas que tú… y eso que no copio de nadie como tú haces… 

EL OTRO NIÑO (PROTESTANDO): ¡Yo no copio de nadie, idiota! 

EL MISMO NIÑO (protestando también): ¡Idiota tú! 

DON PÍO (levantándose y dando una palmada sobre la mesa): ¡Basta ya! ¿Os tengo que castigar a los dos? 

GONZALITO: Empezó él (acusando al otro) 

DON PÍO: ¡Me da lo mismo quién empezara! Dos no discuten si uno no quiere. Así son las guerras entre los hombres… Por un quítame allá esas pajas se toman las armas y se matan inocentes… Hay que ser personas, ¿estamos?. Aquí todos somos iguales… 

La clase guarda silencio durante unos segundos. 

UNA NIÑA: Profesor… 

DON PÍO: ¿Qué pasa, Elisita? 

LA NIÑA: El otro día, Martín me llamó una cosa muy fea… 

Martín es el niño que dijo la gracia anterior. 

MARTÍN ( protestando): ¡Chivata!  

DON PÍO: ¿Es eso verdad, Martín? 

Martín baja la cabeza y no dice nada. 

DON PÍO (al niño): ¡Estoy hablando contigo! 

MARTÍN (desde el asiento): Perdón. 

DON PÍO (divagando): Muy bien hecho. La reconciliación es la mayor de las hazañas. ¡Vaya! (mirando el reloj) Se acabó la hora de aritmética. ¡Empezamos la tarea de lectura! 

TODOS LOS NIÑOS AL UNÍSONO: ¡Bieeeeeeen! 

Don Pío se sienta en la mesa del profesor y extrae un libro del pupitre. 

DON PÍO: A ver, sacad el libro de lectura. 

Los niños extraen un libro de sus pupitres. 

DON PÍO: Empezamos leyendo el cuento cuyo título reza (hojeando el libro y deteniéndose en una página) “El niño bueno”, en la página 26 de vuestro libro… A ver, Javier, vas a empezar el cuento tú. 

JAVIER (siguiendo la lectura con el dedo): “Había una vez un niño que vivía en un pueblo donde todo el mundo era ignorante. Sus padres eran ignorantes también, y no le pudieron enseñar nada. Siempre le decían: “Hijo, ten cuidado de no hacerte daño jugando con los otros niños. Ellos intentarán aprovecharse de ti”. Era todo cuanto sabían. Una vez el niño salió a jugar al campo y vio a dos niños peleándose por ver quién era el más fuerte. Esto le disgustó, porque las peleas no sirven más que para lastimarse. Entonces les dijo a los que se peleaban: “No hagáis eso. El más fuerte es aquel que nunca pelea”. Los niños lo miraron y uno de ellos le preguntó: “¿Y por qué tenemos que hacerte caso?”. El niño les respondió: “Porque me lo dijo mi padre, que sabe más que vosotros”. Ellos interrumpieron la pelea, convencidos de lo que les dijera. Otras veces encontró a otros niños peleando y también les dijo lo mismo, y pronto todos los niños dejaron de pelearse. Pero un día, un niño, acompañado de un grupo de niños, le preguntó al pacificador: “Niño bueno, ¿quién es tu padre?”. Él les respondió: “Mi padre es como el vuestro”. El otro niño le dijo: “Llévanos junto a tu padre, porque queremos conocerlo”. Pero el niño bueno le dijo: “Mi padre no es diferente del vuestro. Escuchad cada uno a vuestro padre, y os dirá lo mismo que me dice el mío”. Pero entonces, uno de la cuadrilla, envidioso del niño bueno, que empezaba a convertirse en el líder de todos, le dijo: “Tú eres un mentiroso. No tienes padre”. Él le replicó: “Sí lo tengo”. Pero ellos le exigieron: “Enséñanoslo”. El niño bueno se incomodó y les dijo: “Mi padre no vive aquí”. “¡Mentira! ¡Mentira!” gritaron los otros niños, y, agarrándolo, lo tumbaron en el suelo y comenzaron a burlarse de él y a golpearlo. Él no se defendió. Llegó la noche y se fueron, dejando al niño bueno tumbado y sucio en el suelo. Pero a la mañana siguiente…” 

DON PÍO (interrumpiéndolo): Bien, Bien, Javier, ya es suficiente. Sigue tú, Samuel. 

SAMUEL: “Pero a la mañana siguiente el niño, sucio y lastimado como estaba, se presentó en medio de los otros niños que jugaban en el campo, y les dijo: “Me habéis golpeado, pero vuelvo otra vez a vosotros. Cuantas veces me lastiméis, otras tantas veces regresaré a veros para recordaros lo que habéis hecho conmigo y no tomaré venganza. Así sabréis que digo la verdad”. Los niños se asustaron un poco al verlo, pero después, reflexionando, le pidieron: “Niño bueno, niño bueno, manda sobre nosotros”. El niño les contestó: “Yo no mando. Yo obedezco a mi padre”. Y desde aquel día, el niño bueno se convirtió en jefe de los otros niños” (pausa) Se terminó. 

DON PÍO: Admirable cuento, a mi fe. Tenéis mucho que aprender de él. El niño bueno es la imagen de lo que todos vosotros debéis ser, desechando los conflictos y la violencia, que engendran odio, y aplicando el amor indiscriminadamente a todos vuestros semejantes. 

UN NIÑO: Profesor… 

DON PÍO: ¿Qué pasa, Juanito, lumbrera de la clase? 

JUANITO: El niño bueno, ¿existió de verdad? 

DON PÍO (dubitativo): No tiene importancia que existiera o dejara de existir. Lo importante del cuento no es su protagonista, sino su obra, es decir, su actitud. El niño bueno es un símbolo de la virtud. Lo demás no son más que accesorias palabras. 

UNA NIÑA (levantando la mano): Profesor, ¿qué es un símbolo? 

DON PÍO: Pues un símbolo es algo que remite a otra cosa. Por ejemplo, cuando digo, si estoy preocupado: “me arde la cabeza”, no quiere decir que mi cabeza esté en llamas, sino que me duele bastante. 

OTRO NIÑO (levantando la mano): Profesor, ¿y cómo se sabe cuándo una cosa es un símbolo y cuándo no? 

DON PÍO: Buena pregunta, Vicentito. Es difícil saberlo, pero para ello es necesario investigar la razón de fondo que tenía la persona que dijo una frase simbólica. Lo mejor es no quedarse con las primeras impresiones. 

OTRO NIÑO: Profesor, ¿y cuando alguien muere y dice la gente “ va al Cielo” es un símbolo, verdad? 

OTRO NIÑO DISTINTO: ¡No es verdad, no es verdad! 

EL OTRO: ¡Sí es verdad! ¡Me lo dijo mi abuela! 

DON PÍO (poniendo orden): ¡Silencio! No hay que pelearse por diferencias de opinión. Cada uno tiene derecho a formular sus dudas… Pues bien, respecto a lo de ir al Cielo, no se sabe si es un símbolo o por el contrario, su significado es literal. Es una cuestión que no podemos conocer ni debatir, porque nadie que haya ido al cielo ha vuelto para darnos la noticia. Así que los que opinen una u otra cosa sobre el particular están empatados. 

Los niños guardan silencio. De repente, un individuo cuya naturaleza es aleatoria, entra en clase e interrumpe al profesor. 

EL INDIVIDUO: Don Pío. El Director del colegio quiere hablar con usted. 

DON PÍO: ¿Ahora? Estoy impartiendo clase. 

EL INDIVIDUO: El Director dijo que tenía que ser de inmediato. 

DON PÍO (dudando): Muy bien. Dígale que voy ahora mismo.  

El individuo sale de clase. 

DON PÍO (levantándose): Tengo que irme un momento (señalando a un niño) Juanito, tú quedas encargado del orden. Te doy el mando mientras me encuentro fuera. Vosotros, niños, obedeced a Juanito en todo hasta que vuelva. Y tú, Juanito, compórtate como lo haría yo. 

JUANITO (levantándose y sentándose en la mesa de Don Pío): Sí, profesor. 

DON PÍO: Bien, bien… Hasta luego. Portaos bien (sale) 

                                                    Cae el telón 
 
 
 
 
 
 

                                                     acto segundo 

La misma clase. Juanito sentado en la mesa del profesor. Silencio sepulcral durante aproximadamente un minuto. Después de un lapso de tiempo, Vicentito habla. 

VICENTITO: Me aburro… 

JUANITO (desde la mesa): ¡Pues te callas! 

GONZALITO: Yo también me aburro… 

JUANITO (enfadado): ¡Aquí  se calla todo el mundo o empiezo a castigar! 

Silencio. 

SAMUEL: Yo quiero seguir leyendo… 

JUANITO: No puedes seguir leyendo porque ahora no es momento de leer. 

Silencio. 

ISABELITA: Tengo gana de ir al baño.

JUANITO: Mientras no vuelva Don Pío, nadie puede ir al baño. 

ISABELITA (protestando): ¿Por qué? 

JUANITO: Porque lo digo yo. 

Silencio. Los niños se aburren. Un niño, sentado detrás de otro, comienza a tocar su espalda con la punta de un lápiz. El otro niño se revuelve y le da una bofetada, todo en silencio. 

EL NIÑO GOLPEADO: Juanito… Martín me ha pegado. 

EL OTRO: La culpa es de Javier. Él me molestó primero. 

JUANITO (levantándose y dando una palmada en la mesa, imitando al profesor): ¡Basta ya! Aquí  no se pelea nadie… ¡Martín y Javier, castigados! ¡Poneos de cara a la pared! 

MARTÍN (protestando): ¡Yo no tuve la culpa, Juanito! ¡Fue él quien me molestó con la punta del lápiz! ¡A mí no puedes castigarme! ¡No es justo! 

JUANITO: Me da igual… Soy yo quien da las órdenes y os digo que os castigo a los dos por interrumpir la clase. 

Los niños, obedeciendo de mala gana, se colocan de cara a la pared. Silencio de nuevo. 

ISABELITA: Juanito, quiero ir al baño. 

JUANITO: Ya te dije que no podías ir. 

ELISITA (intercediendo por su amiga): Juanito, Isabel tiene gana de ir al baño y no puede contenerse más… Si estuviera Don Pío, la dejaría ir. 

JUANITO: ¡me da igual lo que hiciese Don Pío! Ahora soy yo el que mando y digo que se tiene que aguantar. 

ELISITA: Pero no puede. 

JUANITO: ¡Pues me da lo mismo! No quiero que vuelva Don Pío y me eche las culpas de incumplir mi obligación por un capricho vuestro, o por una necesidad, como lo quieras llamar… Aquí todo el mundo ha de estar en el mismo estado que cuando se fue Don Pío, para que cuando vuelva, vea todo como estaba y me diga: “Juanito, has hecho bien lo que te mandé”. 

ELISITA: Pero eso es imposible porque, mientras tanto, suceden cosas. 

JUANITO: Pues yo prohíbo que sucedan. 

ELISITA: No puedes. 

JUANITO: ¡Sí puedo!

ELISITA: No puedes. 

JUANITO: ¡Elisita! (señalándola) ¡Castigada por desobedecerme! ¡A la pared! 

ISABELITA: No puedes castigar a mi amiga. Ella solo habló para defenderme. 

JUANITO (irónico): ¿Ah, sí?  ¿Otra rebelde? Aquí para hablar hay que pedir permiso… Como le quieres tanto a tu amiga, la vas a acompañar en el castigo. ¡Las dos a la pared! 

Las dos niñas se levantan y se ponen en la pared, junto a los niños. Silencio sepulcral. 

VICENTITO: Me aburro… 

GONZALITO: Yo también me aburro… 

JUANITO: ¡A callar! ¿También tenéis gana de ir a la pared? 

VICENTITO: No queremos ir a la pared. Queremos hacer algo. 

JUANITO: Está prohibido hacer algo mientras no vuelva Don Pío. 

GONZALITO: ¿Y cuándo va a volver Don Pío? 

JUANITO: No lo sé. No me lo dijo. 

VICENTITO: ¡Ya sé lo que podemos hacer! Juanito, ¿nos dejas leer el cuento del niño bueno? A Don Pío le gustó mucho… 

JUANITO (pensándolo): Está  bien. Es un cuento muy bonito. Podéis leerlo, pero solo ese cuento, no otros. 

VICENTITO: ¡Vale! ¡Gracias, Juanito! 

Los dos niños sacan el libro para leer. 

MARTÍN (desde la pared): ¿Nosotros también podemos leer el cuento del niño bueno? 

JUANITO: No. Vosotros no. Estáis castigados. 

MARÍA (una niña tímida): Juanito… 

JUANITO: ¿Qué pasa, María? 

MARÍA: ¿Puedo morderme las uñas? 

JUANITO (riendo): Claro, María, eso no está prohibido… 

MARÍA (con voz débil): Gracias… 

Silencio. Las niñas que están castigadas, para no aburrirse, comienzan a dibujar con lápiz un muñeco en la pared, una especie de caricatura, y le ponen encima un letrero que reza: JUANITO. El encargado se da cuenta de lo que hacen. 

JUANITO: ¡Elisa! ¡Isabel! ¿Qué estáis haciendo? 

LAS DOS: Nada… 

Juanito se levanta y las descubre. 

JUANITO: ¿Conque sí, eh? ¿Burlándoos de mi autoridad? Pues ahora veréis… ¡Castigadas! 

ELISITA: Ya estamos castigadas. 

JUANITO (dudando): Es verdad… Pues ¡de rodillas!. Eso es, ¡de rodillas! 

Las dos niñas se arrodillan. Juanito contempla su propia caricatura y ríe en voz baja. 

JAVIER: Juanito, no deberías haber mandado poner de rodillas a las niñas. No se lo merecen. Se aburren porque las castigaste sin culpa. 

JUANITO: ¿Y Quién eres tú  para discutir mis órdenes? 

JAVIER: Soy un niño como tú. Y sé que si Don Pío estuviera aquí, te castigaría a ti, y no a ellas. 

JUANITO: Por encima de estar castigado, te atreves a poner en duda mis decisiones. ¡Eres un pobre tonto! 

JAVIER: Soy un niño como tú. 

JUANITO: Pero no tienes poder para llevarme la contraria. 

JAVIER: Si incumples tus obligaciones, sí. 

JUANITO: ¿Y cómo sabes tú  que incumplo mis obligaciones? 

JAVIER: Porque no atiendes a razones. 

JUANITO: ¿Y Quién eres tú  para…? 

JAVIER: Soy un niño como tú. 

JUANITO (golpeando el suelo con el pie): ¡Basta! ¡Por llevarme la contraria y desafiar mi poder, de rodillas! 

Javier se arrodilla. 

MARTÍN: Yo también quiero estar de rodillas, porque me parece injusto lo que has hecho con Javier. 

JUANITO: ¿Ah, sí? Pues, ¡venga, venga! Acompaña a tu amiguito. Así, así. Aquí se hace todo a pedir de boca. 

Martín se arrodilla. 

Juanito vuelve a la mesa del profesor y se sienta en ella. Silencio. Juanito tamborilea con los dedos sobre la mesa, aburrido. 

JUANITO: Me apetece leer, pero tengo que vigilar la clase ( mirando a los niños que quedan en los pupitres) ¡Qué suerte tenéis vosotros, que podéis leer! 

VICENTITO: Juanito, ¿podemos escribir el cuento del niño bueno de otra manera, poniéndoles nombres a los personajes? 

JUANITO (dudando): No. El cuento del niño bueno es sagrado. Así es como le gustaba a Don Pío. 

VICENTITO: Pero el cuento es el mismo. Solo les pondremos nombres a los personajes. 

JUANITO (dudando): No. Eso está mal. 

VICENTITO: ¿Por qué  está mal? 

JUANITO: Porque así le gusta a Don Pío. 

VICENTITO: Pero esto es solo para nosotros. 

JUANITO: No. El cuento tiene que ser el mismo para todos, con los mismos personajes, porque lo que le gusta a Don Pío, tiene que gustarnos también a nosotros. 

VICENTITO: ¿Por qué? 

JUANITO: Porque sí. 

VICENTITO: ¿Y no podemos tener otra opinión? 

JUANITO: No. 

VICENTITO: ¿Por qué? 

JUANITO: Porque no. 

VICENTITO: ¿Y Si la tenemos? 

JUANITO: Vicentito, me estás empezando a cansar con tus preguntas. ¿Quién es el mejor de la clase?

VICENTITO: Tú. 

JUANITO: Pues entonces, cuando digo algo, no se discute, ¿estamos? 

VICENTITO: Es que tú  tampoco eres perfecto… 

JUANITO: Soy más perfecto que tú, porque así le parece a Don Pío. Y si no te gusta, le echas azúcar, ¿vale? 

VICENTITO: Vale, pero Don Pío dijo que nuestras opiniones so iguales. 

JUANITO: Mi opinión no es igual a la tuya, porque yo mando y tú no. 

VICENTITO: ¡No es justo! 

JUANITO: ¡Castigado! Te has revelado contra mí. 

Vicentito se levanta y se coloca en la pared. 

GONZALITO: Juanito. Don Pío dijo que teníamos que ser como el niño bueno. Y tú no estás siendo como el niño bueno. Castigas a todo el mundo sin culpa. 

JUANITO: ¡Otro! ¿Tú  qué sabes del niño bueno? Suspendiste matemáticas… 

GONZALITO: Eso no tiene que ver. 

JUANITO: Tiene que ver porque no sabes. 

GONZALITO: Pero sé lo que está bien y lo que está mal. Y tú obras mal. 

JUANITO: Te equivocas. 

GONZALITO: No. 

JUANITO: ¡Castigado por desobedecer mis órdenes y acusarme!  

Gonzalito se levanta y se coloca en la pared. Solo queda María en su pupitre. 

JUANITO: Ya veréis cuando llegue el profesor y os vea a todos castigados… La que se va a armar… 

María tiene miedo y empieza a llorar. 

JUANITO: ¿Por qué lloras, María? 

MARÍA (sollozando): Porque tengo miedo. 

JUANITO: ¿Y de qué tienes miedo? 

MARÍA: De ti.

JUANITO: ¿Por qué? 

MARÍA: Porque eres malo. 

JUANITO: ¿Que yo soy malo? ¡Castigada! 
 

                                            Cae el telón. 
 
 
 
 

                                                 acto tercero 

La misma clase. Todos los niños están castigados en la pared. Cuatro de ellos están de rodillas. Juanito, aburrido, pasea por la clase mientras habla solo. 

JUANITO: ¡Qué vergüenza! Soy el único que me porto bien. Ahora es cuando se descubren las cosas. Cuando vuelva Don Pío, me dará un premio por mi lealtad, y a vosotros ( señalando a los niños) os castigará como merecéis. 

MARTÍN: ¿Todavía más? 

Los niños ríen. 

JUANITO: ¡Basta de charla! No penséis que porque estás de rodillas, Martín, tus faltas van a quedar impunes. Pues yo soy lo suficientemente listo, y se me ocurrirán nuevos correctivos que imponeros. Así que mano a la boca, que en boca cerrada no entran moscas. 

Silencio durante unos segundos. Juanito está preocupado. Se rasca la cabeza, intenta calmarse pero no puede. En voz baja dice “Maldita sea”. Los niños lo miran. 

JUANITO: Me están entrando ganas de ir al baño… No puedo evitarlo… Voy a tener que dejaros un instante. Que nadie se mueva. 

ISABELITA (protestando): De eso nada, si a mí no me has dejado ir al baño, no irás tampoco tú. 

JUANITO (pensando): Tienes razón… Pues, ¿sabes lo que te digo? Te retiro el castigo y te doy dispensa para que puedas ir al baño, pero has de volver conmigo. 

Los niños forman murmullo. 

JUANITO: ¡A callar! 

GONZALITO: Si ella puede ir al baño, yo también quiero ir. 

MARTÍN: Y yo.

VICENTITO: Y Yo. 

JAVIER: Y yo. 

SAMUEL: Y yo. 

ELISITA: Y yo. 

MARÍA: Y… yo. 

JUANITO: ¡Basta! ¡No puede quedar la clase sola! 

MARTÍN: Pues no vayas tú  al baño. 

JUANITO (pensando): No. Se me ocurre otra idea. Iré primero yo y después vosotros de uno en uno. 

VICENTITO: ¿Y por qué  primero tú? 

JUANITO: Porque soy el que manda y tengo prioridad sobre vosotros ( Juanito se sonríe después de esta idea) Así que esperad por mí… Mientras estoy fuera, el que se mueva tiene doble castigo (sale) 

Los niños, inmediatamente después de que salga Juanito, se reúnen en corrillo y hablan. 

VICENTITO: No podemos dejar que nos siga vigilando así. Esto es insoportable.  

CORO DE NIÑOS: ¡Sí!  ¡Es insoportable! 

ELISITA: Pero Don Pío le ha dado autoridad para que nos vigile. 

VICENTITO: Es verdad. Pero él está actuando en contra de la lógica, así que la lógica dice que hay que destituirlo. 

LOS NIÑOS: ¡Bieeeen! ¡Viva Vicentito! 

VICENTITO: Vamos a hacer un plan. Nosotros somos más fuertes que él, así que cuando vuelva del baño, nos echamos a él todos juntos y le obligamos a dimitir. 

LOS NIÑOS: ¡sí! ¡Viva Vicentito! 

Se refugian detrás de la puerta. Cuando vuelve Juanito, se echan sobre él. 

JUANITO (protestando): ¡Eh! ¿Pero estáis locos? ¡Dejadme en paz u os castigo! 

VICENTITO: No te dejaremos en paz hasta que no reconozcas que has incumplido con tu obligación y que vas a dimitir. 

JUANITO: ¡Dimitir yo! ¡El mejor de la clase! ¡No! 

Los niños lo golpean. 

VICENTITO: Si no dimites, no te dejaremos en paz. 

LOS NIÑOS (gritando): ¡Dimite, Juanito! 

JUANITO: No dimito, no dimito. 

LOS NIÑOS (más fuerte): ¡Dimite, Juanito! 

VICENTITO: Todos quieren que dimitas. 

JUANITO: Vosotros no sois nada. Don Pío es el que… 

VICENTITO: Nosotros, ahora, somos los que mandamos, porque tú has incumplido. 

JUANITO (dudando): Pero eso no es lo que dice el cuento del niño bueno. Vosotros no hacéis lo que dice el cuento del niño bueno… 

VICENTITO: Tú tampoco lo has hecho, y tenías que dar ejemplo. 

JUANITO (se calla y baja la cabeza) 

VICENTITO: ¿Dimites? 

LOS NIÑOS: ¡Dimite, Juanito! 

JUANITO (renunciando a todo): Haced lo que queráis… Ya os ajustará las cuentas Don Pío. 

LOS NIÑOS (gritando): ¡Bieeeeeen! ¡Viva Vicentito! 

Los niños abrazan a su líder. 

LOS NIÑOS: ¡Vicentito delegado! 

VICENTITO (sentándose en la mesa del profesor): Bueno, muchas gracias por vuestro apoyo… Ahora, sentaos cada uno en su pupitre. Tú también, Juanito. 

Todos se sientan. 

VICENTITO (sentado): Ahora, todo el mundo a leer el cuento del niño bueno. 

LOS NIÑOS: ¡Bieeeeen! 

Los niños sacan los libros y comienzan a leer. Segundos de silencio. De repente, se oye la voz de Juanito leyendo en voz alta. 

MARTÍN (quejándose): ¡Que se calle Juanito! ¡Está molestando a los demás! 

VICENTITO: Juanito, no molestes. 

JUANITO (con malicia): ¿Qué  pasa? ¿No tengo libertad para leer en voz alta? 

VICENTITO: Si molestas, no. 

JUANITO: Pues entonces no puedo leer. 

VICENTITO: No leas. 

JUANITO: Si no leo, entonces me aburro… 

VICENTITO: Nadie tiene la culpa. 

JUANITO: Y Si me aburro, sufro por culpa vuestra… 

GONZALITO: ¡Que se calle ya! 

VICENTITO: Juanito, tienes que obedecer las normas. 

JUANITO (protestando): Esto no me gusta. 

VICENTITO: Pero tienes que aceptarlo. Has dimitido. 

Silencio durante unos segundos. 

ELISITA: Vicentito, Isabelita todavía quiere ir al baño, ¿la vas a dejar? 

VICENTITO: Claro. Las normas antiguas ya no rigen. 

Isabelita se levanta y sale. 

JUANITO (con malicia): Yo también quiero ir al baño. 

VICENTITO: No irás, Juanito, porque tú tampoco has dejado ir a los demás. 

Segundos de silencio. 

JUANITO: Vicentito… 

VICENTITO: ¿Qué? 

JUANITO: ¿Por qué eres tú el delegado? 

VICENTITO: Porque me han elegido. 

JUANITO (mirando a los otros niños): ¿A nadie le apetece ser delegado? 

Todos levantan la mano. 

JUANITO: Parece que nadie está  de acuerdo en que seas tú el delegado. 

VICENTITO (apretando los puños): ¡Cállate! 

JUANITO: ¿Por qué tengo que callarme? 

VICENTITO: Ellos me han elegido. 

JUANITO: Y Ahora parecen haber cambiado de opinión. 

MARÍA (levantando la mano): A mí… me gustaría ser delegada mucho. 

MARTÍN: ¡Cállate! Tú  eres una niña, y las niñas no son delegadas. 

JUANITO (con malicia): ¿Por qué? 

MARTÍN: Porque sí. Porque no es costumbre. 

JUANITO: Pero tampoco es costumbre que Vicentito haya ocupado el cargo de delegado utilizando esos métodos… 

VICENTITO (levantándose): ¡Eh! ¡Eh! ¡Que no haya barullo! ¡ A leer el cuento del niño bueno! 

JUANITO: Vaya, a Vicentito no le gusta que hablemos de este tema… 

VICENTITO: Las cosas se hacen una vez y ya está. 

JUANITO: Porque lo dices tú… 

VICENTITO: Soy el que mando. 

JUANITO: con el apoyo de los demás niños… 

VICENTITO: ¡Cállate, Juanito, te voy a castigar! 

JUANITO. ¿Pero esa no era la norma antigua? Vicentito empieza a incumplir su programa… Yo apoyo a María para que sea delegada. 

En este momento entra Isabelita en la clase. 

JUANITO: ¿Y Tú qué  dices, Isabelita? ¿Prefieres que María sea delegada o no? Ella es tu amiga. 

ISABELITA (dudando): Sí 

VICENTITO (enfadado): ¡Traidor! ¡Eso no vale! 

JUANITO: Aquí vale todo. 

VICENTITO (echándose al cuello de Juanito): Te voy a pegar… 

ELISITA: ¡Basta! ¡Esto no puede ser! María, tú ibas a ser elegida… Haz algo. 

Los otros niños comienzan a pelearse también. 

MARÍA (subiendo a la mesa del profesor): ¡Parad! ¡Parad! ¡Ahora mando yo! 

Los niños siguen peleando. 

                                                    Cae el telón. 
 
 
 
 
 

                                                         acto cuarto 

La misma clase. Los pupitres y las sillas volcados por el suelo. Los niños peleándose. María, desde la mesa del profesor, intenta poner orden. 

MARÍA: Por favor… Por favor… Don Pío nos va a castigar a todos. 

Isabelita y Elisita suben a la mesa del profesor para ayudar a su amiga. 

ELISITA: ¡Se acabó, niños! ¡Ahora vamos a compartir la delegación nosotras! 

Los niños miran a la mesa del profesor. Se echan a reír. 

JAVIER: Nosotros no os apoyamos. 

ELISITA: Pero nosotras tenemos la razón. 

JAVIER: Pues comérosla si tenéis hambre. 

Los niños se echan a reír. 

ISABELITA: Son unos idiotas. 

ELISITA: Pero no podemos hacer nada contra ellos. 

ISABELITA: ¡Ya sé! Cuando vuelva Don Pío, los encontrará ahí peleándose y los castigará. 

ELISITA: Tienes razón. ¡Que los castigue, para que aprendan! 

La clase aparece dividida en dos facciones: por una parte los niños peleándose; por otra, las niñas en la mesa del profesor.  

MARÍA: ¿Por qué no nos ponemos a leer nosotras el cuento del niño bueno? 

ELISITA: Buena idea. Así, Don Pío nos premiará cuando vuelva por haber dado ejemplo a los niños. 

Las niñas cogen los libros en sus pupitres y empiezan a leer.  

ELISITA: María, ¿por qué  no lees un párrafo en voz alta? Es que tengo curiosidad por saber cómo lees. 

MARÍA: Es que leo mal… 

Elisita le da un codazo a Isabelita y ambas se apartan de María. 

ELISITA (a Isabelita, en voz baja): ¿Sabes? A mí me parece un poco tonta. 

ISABELITA (riendo): Sí. No sabe ni leer. (después de un rato) Oye, ¿y tú cómo lo haces? 

Elisita lee una frase. 

ISABELITA: A ver yo (lee otra frase) 

ELISITA: Lo haces bien. Pero te falta un poco para hacerlo como yo. 

ISABELITA: Yo lo hago mejor que tú. 

ELISITA: No. 

ISABELITA: Sí. 

ELISITA: No. 

IISABELITA: Sí. 

ELISITA: Eres tonta. 

ISABELITA: Tonta tú. 

Las dos niñas se enfadan. María, sola, comienza a llorar. La clase se alborota. En este instante, entra Don Pío en clase. Todos, aterrados, se colocan en sus pupitres, presintiendo el castigo. 

DON PÍO (mirando el desorden): Pero, ¿qué es esto? Juanito… ¿No te nombré encargado de la clase? ¡Mira cómo la he dejado y cómo la recibo! 

JUANITO (desde su asiento): No es culpa mía… Los niños me desobedecieron y me obligaron a que dimitiese por la fuerza. 

DON PÍO (limpiando la mesa del profesor): Así que se amotinaron… Pues que se vayan preparando para el castigo. 

VICENTITO (también desde el asiento): ¡Juanito incumplió sus obligaciones y se puso a castigar a todo el mundo sin razón! Isabelita quiso ir al baño, y él la puso en la pared. 

MARTÍN: Es verdad. A mí  me castigó con Gonzalito por querer leer el cuento del niño bueno. 

CORO DE NIÑOS: ¡Y a mí!  ¡Y a mí! ¡Y a mí! 

DON PÍO (dando una palmada en la mesa): ¡Orden! ¡Orden! ¡Caramba, estáis alborotadísimos! ¡No se os puede dejar solos! Supongo que la culpa no ha sido de ninguno… sino mía, por haberos dejado solos tanto tiempo. Que la responsabilidad recaiga sobre mí. Por lo demás, en este periodo de ausencia mía sospecho que habéis aprendido más que en todas las lecciones que os he enseñado hasta ahora… Habéis aprendido cuál es el fundamento de la naturaleza humana, que ya desde la infancia se manifiesta. Cada uno quiere lo mejor para sí, olvidándose del bien común y de la cohesión del grupo, que es la base del orden y de la verdad. Cuando nos encontramos con dificultades, preferimos salvarnos a nosotros mismos que ayudar a los demás, y fracasamos, porque todos dependemos de todos para existir dignamente. La humanidad está destinada a convivir. Lo que nos une a unos con los otros es la conciencia de nuestras necesidades, que son comunes a todos. Ese vínculo mutuo es como un fuego permanente que no se apaga, es el amor, que nos impide separarnos y nos modela a su imagen y semejanza. El amor, es decir, la conciencia del grupo, es lo que llamamos Dios, razón o ley. Dios vive en nosotros, cuando nos unimos en nuestras necesidades. Este es el significado del cuento del niño bueno, un individuo que se sacrificó por la supervivencia del grupo, renunciando a su necesidad para abrazar la de los demás. Que su ejemplo nos ilumine como una lámpara. Tengámoslo siempre presente y recordémoslo. Es la fábula más hermosa que nunca podrá escribirse. Sea histórica o no, su mensaje es justo y necesario. Nosotros, aunque a menudo no la cumplimos, en nuestros momentos difíciles la recordamos y nos hace sentir bien, enamorados de nuestros semejantes, o lo que es lo mismo, de la divinidad, que somos todos… Yo, aunque mayor que vosotros, también aprendo leyendo el cuento. Sí, he aprendido lo que es el hombre cuando regresé y os encontré enfrentados unos a otros, como nos encontrará a todos el final de los tiempos. Todos erramos. Lo importante es darnos cuenta de nuestros errores y hacer el propósito de rectificar, aunque no siempre lo consigamos… Y ahora, para predicar con el ejemplo, proclamo una amnistía general y os permito que salgáis al parque a jugar. Es hora de recreo. 

LOS NIÑOS: ¡Bieeeeeeeen! ¡Somos libres! 
 
 
 

                                                      FIN DE LA OBRA

DEMAGOGIA

                                   acto primero

Un salón iluminado por una lámpara. Las paredes están revestidas de terciopelo amarillo o papel del mismo color y en el centro se sitúa una mesa ovalada alrededor de la cual se sientan doce personas, seis mujeres y seis hombres alternados. Algunos de ellos dan la espalda al público. En el fondo del escenario hay una sola entrada por la que accede a la sala Don Hilario, un varón de unos cuarenta años, con el pelo salpicado de canas, vestido de traje. Trae un periódico en la mano. Se sienta en el centro de la mesa, en una silla para él vacante, frente al público. Los presentes forman un barullo hasta que él se sienta y dice:

DON HILARIO: Bien, Bien… Éste es un día especial, queridos socios… Como administrador general de esta empresa les adelanto que tengo una sorpresa para ustedes.

Los presentes comienzan a formar barullo de nuevo.

DON HILARIO (hablando mientras se hace el silencio): Quiero que ustedes lo sepan, pero no de mi boca. Doña Ágata, ¿sería tan amable de leer la noticia en la página 33 del periódico?

Doña Ágata es una mujer de unos treinta años, rubia y atildada. Toma el periódico de las manos de Don Hilario, busca la noticia y lee.

DOÑA ÁGATA: “La sociedad tecnológica Mundo Nuevo asistirá hoy, día 20 de junio, a la presentación del invento patentado por el científico Peter Sail, de la universidad inglesa de Cambridge. Se trata de un revolucionario y sofisticado sistema que promete cambiar la rentabilidad del trabajo doméstico reduciendo costes y aumentando ingresos. Su manejo es extremadamente sencillo. Sus funciones concretas son…”

DON HILARIO (extendiendo la mano): Deténgase. Todavía no es hora de revelar cuáles son sus funciones concretas. Basta con que sepan que se presentará hoy a las 10:00 en este mismo salón y en su presencia. ¡Válgame Dios! ¡Si son las 9:50! ( dice mirando el reloj de pulsera) ¡Solo faltan diez minutos para la presentación!

Vuelve a formarse tumulto de voces. Uno de los asistentes, un hombre joven que se peina con raya, llamado Sánchez, toma la palabra.

SÁNCHEZ: Don Hilario, yo ya tenía noticia del evento. Solo que, por temor a que usted difiriese de mis opiniones, decidí no publicarlo…

DON HILARIO (comprensivo): Muy bien, muy bien, Sánchez, esa actitud le honra.

Una mujer llamada Mejía, interviene. Es morena y viste de punta en blanco.

MEJÍA: Yo También lo he leído. Leo el periódico todos los días.

DON HILARIO: Le agradezco su ilustración, Mejía. Esta empresa se beneficia de ello.

Un hombre calvo y bien vestido interviene. Se llama López.

LÓPEZ: ¿Me permite una objeción, Don Hilario?

DON HILARIO: Adelante, López.

LÓPEZ: Yo creo que estamos todos demasiado entusiasmados con la presentación del invento. Sería conveniente, a mi parecer, reunir dictámenes de diversos expertos en la materia, antes de aventurarnos a dar una respuesta favorable.

Se escuchan murmullos de desaprobación.

DON HILARIO: ¿Todavía no se ha presentado el invento y ya pide dictámenes, López? Mucho se apresura usted…

LÓPEZ (disculpándose): Yo… solo pretendo… que esta empresa continúe su andadura como hasta ahora lo ha hecho…

DON HILARIO (quitándole importancia): Bueno, bueno, López, no se preocupe. A todos nos interesa lo mismo.

Una mujer de unos cincuenta años, que lleva un peinado a la permanente, toma la palabra. Se llama Urquijo.

URQUIJO: A mí me parece, Don Hilario, que lo mejor es esperar a que el invento se pruebe. Su comercialización podría darnos buenos resultados. Hoy en día, arriesgar en el mercado es la mejor opción. Maquiavelo está de moda.

Un hombre enjuto y feo, con gruesas gafas rabínicas, interrumpe a Urquijo. Se llama Espinosa.

ESPINOSA: Maquiavelo siempre estuvo de moda.

Murmullo de desaprobación.

DON HILARIO (poniendo orden): Bueno, bueno, ante todo que no haya discordia por las diferencias de opinión. Aquí todos los pareceres son necesarios.

Se oye el timbre de la puerta.

DON HILARIO (levantándose del asiento mientras todos arman barullo): ¡Ah, ya están aquí! (mirando el reloj) Se han adelantado, vaya, vaya… Oiga, Rodríguez, acuda a abrir. No es decoroso que el socio fundador se levante… A mí me da lo mismo, pero ya sabe que después la prensa murmura, así que…

Rodríguez es un señor novato, el más joven socio de la empresa. Es tímido e insociable.

RODRÍGUEZ (levantándose a abrir): Voy.

Todos expectantes mientras Rodríguez abre la puerta. Entran dos hombres con un pequeño carretillo en el que portan una caja. Se colocan en mitad de la sala. Uno de estos hombres va vestido con americana y corbata, el otro lleva camisa blanca y habla poco. El de la americana es viajante de comercio. El otro es el inventor. Pero los presentes nada saben. Con ceremonia, Don Hilario se levanta y saluda al hombre de la americana.

DON HILARIO: Bienvenido, Don Peter Sail, excuse me… Yo no sé hablar inglés, pero valoro mucho esa lengua. Desde la destrucción del Imperio Romano, el inglés se ha convertido en el idioma del comercio.

EL VIAJANTE (excusándose): Oh, me abruma, Don Hilario, no puedo aceptar esa confusión… Peter Sail es este señor que tengo al lado…

DON HILARIO (disculpándose): ¡Vaya! (tendiéndole la mano al otro) Perdone mi torpeza, don Peter Sail…

El aludido baja la cabeza aceptando la disculpa y nada dice.

EL VIAJANTE (cortés): Pero por favor, siéntese, Don Hilario. No podemos permitir que usted esté de pie.

DON HILARIO: Está bien, está bien (se sienta).

EL VIAJANTE (poniéndose en situación): Discúlpenme ustedes. No me he presentado. Soy Ángel Lira, viajante de comercio, y vengo a revelarles las excelencias de nuestro producto… Don Peter Sail, brillante científico de la universidad de Cambridge, es el señor que me acompaña, servidor de ustedes ( Peter Sail hace una reverencia a la japonesa) No quiero ahora fatigar sus oídos con sus títulos, múltiples y variopintos, que avalan su prestigio profesional…

LÓPEZ (interviniendo con ira): Estamos ansiosos por conocer ese invento.

DON HILARIO: Por favor, López, todavía no ha llegado el periodista, no se anticipe…

En este momento se oye el timbre de la puerta. Rodríguez, resignado, se levanta a abrir sin que nadie se lo indique.

RODRÍGUEZ: Voy.

Abre la puerta. Entra un joven muy elegante, vestido de gris, con una cámara de vídeo bajo el brazo.

EL JOVEN: Disculpen, ¿es aquí…?

DON HILARIO (levantándose): Sí, sí, por favor, puede comenzar a grabar. Lo aguardábamos.

El joven despliega su trípode y, colocando la cámara encima, comienza a grabar.

EL VIAJANTE (sonriendo): Muy bien, pues, como decía… Estamos aquí para ofrecerles un producto revolucionario, que cambiará completamente el curso de sus vidas. No asegura la felicidad, pero casi se atreve a prometerla.

LÓPEZ (protestando): ¡Utopía!

DON HILARIO (reprendiéndolo): López, desde ahora y hasta que no termine la exposición, le prohíbo que abra la boca. Si usted es un pesimista nato, no por eso los demás hemos de serlo.

López, reprendido, se cruza de brazos.

DON HILARIO: Prosiga…

EL VIAJANTE: Este producto, que yo llamaría sin temor a equivocarme la máquina del progreso, tiende a reformar la sociedad desde su célula más primitiva: la familia. Esto es, señores, que este es un invento de uso doméstico… (el viajante se detiene para comprobar el efecto que han causado sus palabras en los oyentes) Sí, aunque no me crean por el momento, el tiempo se encargará de darme la razón. Hay un antes y un después de este invento, como hay un antes y un después de este invento, como hay en la historia un antes y un después de la muerte de Cristo.

DON HILARIO: Estoy admirado. Pero, por favor, ¿tendría la bondad de enseñárnoslo? Es que no podemos resistir las ansias que tenemos de verlo.

El viajante, satisfecho, conviene.

EL VIAJANTE: De acuerdo. Juzguen ustedes mismos ( dirigiéndose al científico. Con un gesto) ¿Can you…?

Sin decir una palabra, el científico extrae de la caja el invento. Se trata de una lavadora. Una vez a la vista, el viajante la señala y dice:

EL VIAJANTE: He aquí  el futuro.

Murmullos entre los socios.

DON HILARIO: Es.. es una caja de metal.

EL VIAJANTE: Se equivoca. Es la máquina del tiempo.

Siguen los murmullos.

DON HILARIO: Pero.. pero… yo me imaginaba que tendría otra forma. Parece pequeña, más pequeña de lo que esperábamos.

EL VIAJANTE: Las pequeñas cosas cambian el mundo.

Siguen los murmullos.

DON HILARIO: Está bien, señor Libra…

EL VIAJANTE (corrigiéndolo): Lira, Lira.

DON HILARIO: Señor Lira… Ahora, después de este preámbulo discursivo y seductor… ¿Podría enseñarnos el verdadero funcionamiento de su producto?

EL VIAJANTE (satisfecho): Desde luego. ¿Serían tan amables sus socios de proporcionarme un poco de ropa sucia?

Murmullos.

DON HILARIO: ¿Ropa sucia?

EL VIAJANTE (cortés): Bueno, ya sabe. Todos tenemos nuestros trapos sucios. No se avergüencen. Estamos entre profesionales.

DON HILARIO: Convengo en ello. Todo sea por la ciencia (dirigiéndose a los socios) ¿Alguien tendría la gentileza de proporcionarle a este señor lo que pide?

Murmullos.

LÓPEZ (levantando la mano): Yo me ofrezco voluntario.

DON HILARIO: Vaya, usted…

López se quita un zapato delante de los socios, que se quejan con abucheos, y le entrega un calcetín al viajante.

EL VIAJANTE (tomándole por la punta y apartándolo lejos del cuerpo): Muchas gracias. Doy fe de que ha cumplido bien el encargo.

Se escuchan risas de los socios, y hasta el inventor parece reírse.

EL VIAJANTE (abriendo la puerta de la lavadora y depositando el calcetín dentro): Ahora… necesito enchufar el aparato y conectarlo al agua.

DON HILARIO (señalando con el dedo): Sí, por ahí atrás hay una toma de corriente y otra de agua… puede usted…

El viajante conecta el aparato. Acto seguido se aproxima al inventor y, con un gesto manual, le pregunta:

EL VIAJANTE: ¿Can you…?

El inventor extrae del bolsillo del pantalón un sobrecito cerrado, parecido a los sobres de azúcar que acompañan el café en los bares, y se lo entrega al viajante, quien a continuación lo rasga, abre un cajoncito en la máquina y vierte su contenido en él. Después cierra el cajón y programa la lavadora oprimiendo los botones de su parte frontal. Toda esta operación está enmarcada en un profundo silencio.

EL VIAJANTE (dirigiéndose al auditorio): En fin… habrá que aguardar por lo menos quince minutos. En quince minutos, yo creo que…

Se escuchan murmullos.

DON HILARIO (un poco desconfiado): Ha dicho usted que esta máquina cambiaría el mundo… Yo… todavía no comprendo…

EL VIAJANTE (interrumpiéndolo): ¡Oh, Don Hilario, no se apure! Pronto lo entenderá.

Se escuchan murmullos. Doña  Ágata toma la palabra.

DOÑA ÁGATA: Señor viajante, no hace falta que haga ninguna demostración, porque en esta mesa ya conocemos la utilidad de su aparato. Sirve para lavar ropa, eso está más claro que el agua…

Murmullos y risas.

DOÑA ÁGATA (continuando): Pero ahora, si me permite, le hago la pregunta que le hacemos a todos nuestros inventores… ¿Cree que una máquina que lava la ropa puede aumentar nuestra rentabilidad en el mercado? Y si es así, ¿en qué porcentaje?, porque todo es preciso saberlo.

EL VIAJANTE (con una sonrisa de seguridad, como chanceándose de la simplicidad de su interlocutora): Señora doña…

DOÑA ÁGATA: Ágata…

EL VIAJANTE: Señora Doña  ágata, ¿usted ha leído la Biblia?

DOÑA ÁGATA: Ciertos pasajes los he leído.

EL VIAJANTE: ¿Ha leído alguna vez el pasaje que dice “y vio Dios que era bueno” que hace referencia a los primeros instantes de la Creación?

DOÑA ÁGATA: Sí  lo he leído… Pero no veo la conexión…

EL VIAJANTE (interrumpiéndola): Pues la conexión es muy clara. El invento que tengo frente a mí  es el producto de muchos años de investigación continua… Yo afirmaría desde mi conciencia que la historia que lo ha precedido no es más que un preámbulo a su presentación… ¿Cómo puede algo así no ser bueno? Entonces, si negamos esto, también podríamos afirmar que la Creación del mundo es un prodigio inútil…

DOÑA ÁGATA: Pero eso no son más que palabras. Alegue algún hecho a su favor.

EL VIAJANTE (riendo): ¿Que alegue algún hecho? ¿Y usted no lo ha visto todavía? Oh ceguera humana, que ves la luz y tropiezas… Pues yo se lo diré, querida amiga… Si este producto ( señalando la lavadora) es capaz de lavar la ropa en quince minutos sin invertir ningún esfuerzo humano en ello salvo la magia de la corriente eléctrica… ¿No cree que cambiará para siempre las costumbres del género humano?

Murmullos de nuevo.

DON HILARIO (interesándose): Explíquenos un poco mejor esa idea.

EL VIAJANTE (tocándose la frente): De acuerdo. La idea es muy sencilla. El trabajo más arduo dentro de la familia, que es la célula social por excelencia, consiste en hacer la colada todos los días. Se trata de la labor más dificultosa y también de la menos útil en el ámbito doméstico, porque exige mucho trabajo y escaso margen de beneficio. ¿Por qué se hace? Bueno, porque no queda más remedio, si uno quiere presentarse en sociedad, que tener limpia la ropa. Es la etiqueta por excelencia. Este protocolo no puede incumplirse, pues de otro modo correríamos el riesgo de volvernos animales, y la civilización desaparecería. La higiene es el distintivo de la raza humana. Las leyes nacen de la higiene, los principios morales no son más que preceptos higiénicos. Por esta razón, entre otras, algunas religiones prescribieron la circuncisión, la prohibición de consumir determinados alimentos, etcétera, porque no quiero cansarles. Pues bien, esta máquina ( toca la lavadora) pretende cambiar las costumbres higiénicas de nuestra sociedad, permitiendo un ahorro de tiempo de trabajo que desde ahora se podrá dedicar a otros menesteres. Esta máquina (vuelve a tocar la lavadora) va a redimirnos de la esclavitud. Es la piedra angular de nuestra sociedad. Solo hay que programarla y ella hará la parte más dura de nuestro trabajo. Mientras tanto, nosotros podremos dedicarnos a otras actividades, olvidando la maldición del trabajo manual. Sí, señores, la inteligencia del hombre es su redención. ¡Viva el progreso! ¿Se imaginan felices, con las manos libres para poder hacer lo que quieran? ¿Pueden hacerse a la idea de un Paraíso en la tierra? El bienestar será tu morada, hombre nuevo que ya has roto tu crisálida… ¡Dichosos los niños que nazcan cuando se generalice este invento! La humanidad será restaurada: no más abusos, no más diferencias, porque todos seremos iguales y felices. ¡Viva la libertad! Saludemos a los años venideros… Año nuevo, vida nueva. La paz perpetua está a punto de llegar. ¡Y usted (dirigiéndose al científico), eminente Peter Sail, será el automedonte, el conductor, el piloto y el líder del mundo! Sabio Prometeo, usted nos ha traído la luz. Los que no la ven ya la verán. Encenderemos una antorcha olímpica cuyo resplandor llegue hasta los confines de la tierra… Ustedes no me creerán (mira a los presentes) Ustedes no me creerán cuando lo diga, pero les aseguro que ningún rincón del universo será un misterio para nosotros.

DON HILARIO (interviniendo con inseguridad): Señor Libra…

EL VIAJANTE: Lira, Lira.

DON HILARIO: Señor Lira, estoy asombrado de las excelencias de su invento, pero todavía…

EL VIAJANTE: ¿Todavía quieren más pruebas? Pues bien, yo se las daré…

DON HILARIO: No, verá… Creo que es un buen invento, pero, ¿y los costes, usted piensa que…?

EL VIAJANTE: Ah, ya estamos con los costes.

DON HILARIO: Es que… la energía eléctrica también cuesta.

EL VIAJANTE: ¿La energía eléctrica? ¿La más barata providencia que nos da Dios? Así como las vacas nos dan su leche, el globo terráqueo nos da su energía a través de la corriente eléctrica.

DON HILARIO: Bueno, bueno, visto lo visto, habrá que debatirlo, ¿no creen, señores?

Murmullos.

DON HILARIO: Propongo que votemos a mano alzada… ¿Quién está de acuerdo en comercializar y distribuir este producto?

Todos levantan la mano menos López.

DON HILARIO: Creo que tiene usted suerte, amigo ( dirigiéndose al viajante) Acaba de ganar las elecciones.

EL VIAJANTE (festivo): ¡Oh! ¡Que nadie me quite este momento! Han caído las cadenas que nos ataban al pasado… ( estrechando la mano al científico) Un laurel para usted, Mr. Sail ( estrechando la mano al periodista) Usted será el mensajero de la libertad.

Todos felices, menos López, que frunce el ceño en un rincón. El viajante estrecha la mano a todos los presentes.

EL VIAJANTE (estrechando la mano de López): La libertad también es para usted… (alzando las manos) ¡Feliz día!

                                                          Baja el telón.

                                                 acto segundo

                                                      ESCENA PRIMERA

Establecimiento abierto al público de la sociedad Mundo Nuevo. Venta minorista de lavadoras. Una dependienta, con un lápiz sobre la oreja, atiende a un cliente, un señor grueso y exigente –a menudo estas dos cualidades se desposan- que protesta por todo. Es importante que se aprecie el mostrador. Lo demás, es accesorio.

LA DEPENDIENTA: Si… Si… El lunes tendrá todo… Lo apuntaré aquí (garabatea en una agenda) Dios mío, qué velocidad se dan las cosas (limpiándose el sudor de la frente) No hay tiempo para descansar…

EL CLIENTE (a lo suyo): No basta que sea el lunes… Ha de ser el lunes a las 10:00. Ni un minuto antes ni un minuto después. Si fuese antes, no estaría todo preparado para la instalación; si fuese después, sería muy tarde.

LA DEPENDIENTA (escribiendo): Entonces… doce unidades para el negocio de Don Ubaldo, en la calle Concordia, 7.

EL CLIENTE: Bajo primero. No se confunda con la pajarería del bajo segundo.

LA DEPENDIENTA: Bajo primero… No confundir con el segundo. ¿Algo más?

EL CLIENTE: Seis unidades para don Álvaro Álvarez, de la calle Desolación, 9.

LA DEPENDIENTA: ¿Cuánto ha dicho? ¿Seis unidades?

EL CLIENTE: He dicho seis, señora, ¿en qué está pensando usted? Y a portes debidos…

LA DEPENDIENTA: ¿También portes?

EL CLIENTE (protestando): ¿Y luego, qué quería? ¿Que las llevara yo en el bolsillo?

LA DEPENDIENTA: Claro..Claro… a portes debidos. ¿Algo más?

EL CLIENTE: Pues… de momento, nada más… Espero que no se me adelante la competencia. Tengo que pedir un crédito al Banco para pagar… Ya no sé qué poner de aval… Nunca he comprado tan deprisa…

LA DEPENDIENTA (suspirando): Ni yo tampoco recuerdo haber vendido a esta velocidad… Ah… (limpiándose la frente) Estoy rendida…

EL CLIENTE: Bueno, bueno, no están los tiempos como para quejarse… Podemos hacer lo que nos da la gana… Esta gente que nace en la abundancia no sabe lo que hemos tenido que hacer los mayores para conseguirla…

LA DEPENDIENTA (a punto de enfadarse): ¿Acaso cree que yo no trabajo?

EL CLIENTE (fingiendo): ¿Decía algo?

LA DEPENDIENTA ( suspirando): Oh, no, nada, nada… Tiene usted razón…

EL CLIENTE (creciéndose): Es natural… Los jóvenes ven caer el maná del cielo… “Papá, ¿me das dinero para esto?” dicen, como si Papá fuese una mina inagotable… Y no saben que Papá está hipotecado, Papá se agarra los pantalones para que no se le caigan… En fin, habrá que educar a los chicos de otra manera.

LA DEPENDIENTA (con resignación): Sí, señor.

EL CLIENTE (mirando a su alrededor): No sé si me olvido de algo… ¿Cree usted que me he olvidado de algo?

LA DEPENDIENTA: Oh, creo que no, señor.

EL CLIENTE (volviéndose): Bueno, bueno, pues me voy, me voy… Ah (dando una palmada en el aire) ¡Recórcholis! ¡Se me olvidaba un tambor, un tambor nuevo! ¿Lo ve? Si no llego a ser perspicaz, usted no me dice nada…

LA DEPENDIENTA: ¿Estudia música, señor?

EL CLIENTE (enfadado): ¡un tambor de lavadora, alma cándida! ¿Pues no pensaba que yo…?

LA DEPENDIENTA (disculpándose): Perdóneme, señor, es que estoy un poco agobiada hoy, necesito aire ( se abanica con las manos)

EL CLIENTE: Claro… Claro… La juventud de hoy no sabe lo que es trabajar. Piensa que todo es Jauja… Como se lo dan todo hecho, pues no faltaba más…

LA DEPENDIENTA: Señor, ¿se va a llevar ahora el tambor?

EL CLIENTE: ¿Ahora? ¡Ni hablar! Yo quiero que me lo envíen a casa… y a portes pagados, pues creo que soy un cliente bastante habitual en este establecimiento.

LA DEPENDIENTA: Es que don Hilario me dijo…

EL CLIENTE: ¡Don Hilario ya habló conmigo ayer, y dijo a todo que sí, de modo que no me venga usted con dimes y diretes!

LA DEPENDIENTA: Está bien, está bien… ¿Algo más, señor?

EL CLIENTE: ¿Todavía más? ¿Le parece poco? Pues no he consumido hoy ni nada… Esta empresa me debe mucho, si no fuera por mí, no sé qué sería de usted…

LA DEPENDIENTA (fatigada): Es verdad, señor…

EL CLIENTE ( dándose la vuelta): Bueno, pues ahora sí que me voy. ¡Espero que ese pillo de la competencia no se me adelante! ¡Qué suerte tienen los trabajadores de hoy! No tienen que estar pensando como los empresarios en el mercado, que últimamente anda loco… El que no tiene una lavadora, es como si no viviera en este mundo… En fin, me voy, me voy. Adiós. ( sale).

Cuando el cliente sale del establecimiento, la dependienta se sienta en una silla. Extenuada, se abanica con un folleto publicitario. Don Hilario entra en la tienda. Está contento. Lleva traje a rayas y corbata roja.

DON HILARIO: ¡Ah, Faustina! ¿Qué tal le ha ido el día? Esto va viento en popa… Somos los amos de la ciudad… Todo el mundo nos imita… Peter Sail, Peter Sail, eres más sabio que Aristóteles… Tu nombre es una mina…

LA DEPENDIENTA: ¡Oh, es usted, Don Hilario! Bienvenido…

DON HILARIO (poniéndose a la altura del mostrador): La veo fatigada, Faustina.. Supongo que la clientela de hoy habrá sido masiva…

LA DEPENDIENTA: No crea, señor. Esta tarde solo he despachado a treinta personas. El último cliente se marchó hace poco… ¿No le parece que sería conveniente contratar a otra persona para ayudarme? Yo sola no doy abasto…

DON HILARIO (reflexivo): Lo pensaré, lo pensaré… ¡Cómo cambian los tiempos, Faustina! Desde que mi padre fundó esta empresa no hemos contratado en cincuenta años a más de un dependiente en este establecimiento! ¡Y ahora, no solo nos vemos obligados a contratar más personal, sino también a abrir nuevos establecimientos! ¡Qué mundo este! Y todo por ese invento, por ese adelanto, por ese talismán… ¡Es como un sueño!

LA DEPENDIENTA: Sí… Yo jamás he trabajado en estas condiciones. No sé si podré resistir mucho tiempo.

DON HILARIO (dando una palmada en el mostrador): Tranquila, Faustina… Yo me hago cargo… Hay que aprovechar esta época de bonanza… Muy pronto todos los negocios venderán lavadoras… Es el Destino.

LA DEPENDIENTA: Tiene razón. Usted será feliz, Don Hilario… Todas las edades lo saludarán como el pionero del progreso… Pero los que somos como yo, no sé si lo agradeceremos tanto…

DON HILARIO: ¡No diga eso, Faustina! ¡No sea usted pesimista! Esta época exige el optimismo… Los médicos están descubriendo adelantos sorprendentes para curar enfermedades… ¿Quién le dice que con esta pequeña ayuda para resolver problemas domésticos no se dedica más tiempo a la investigación científica? ¿Y si aumentáramos la esperanza de vida? ¿Qué diría entonces?

LA DEPENDIENTA: Don Hilario, yo no soy inteligente como usted… pero creo que aunque todo cambie para mejor seguiremos teniendo los mismos problemas, solo que de otra manera, ¿sabe?

DON HILARIO: Faustina, Faustina… Está triste porque trabaja demasiado… No se preocupe, yo la aliviaré… Pobrecita… Ande, váyase a dar un paseo… Ya cierro yo la tienda.

LA DEPENDIENTA: Gracias, Don Hilario (sale)

DON HILARIO (sentándose frente al mostrador) Todos tenemos sueños. Ella también los tiene ( enciende un puro y fuma tranquilamente) Vaya, ¿por qué no estarás vivo, papá? A ti te hubiera gustado ver así a tu hijo…

Unos segundos de silencio.

DON HILARIO (prosigue): Sí… cómo no me voy a acordar de cuando me decías que llegaría a ser la honra de la familia.. todavía era un niño… ¿Por qué te fuiste, papá? ( llora) ¿Por qué no me esperaste? ¿Por qué no me esperaste?

Unos segundos de silencio.

DON HILARIO (prosigue sollozando): Pero ahora… ahora quiero pensar que tú me ves, que tú  me dices como cuando era pequeño: “ánimo, hijo”… Sí, ánimo siempre y no rendirse nunca… Esa es la máxima.

Unos segundos de silencio.

DON HILARIO (incorporándose): Necesito… (expulsando el humo al techo) Necesito hablar con alguien… Me siento melancólico… Tanta novedad y al final… (Silencio. Expulsa humo de tabaco por la boca) Eso.

Se escucha el tocar de un piano.

DON HILARIO (escuchando): Ah, es el pianista de al lado… Tocando siempre… Música es la vida… Arriba y abajo, arriba y abajo… Como el mar… Nosotros estamos arriba… Todavía arriba.. (cierra los ojos)

Entra en la tienda un hombre vestido de sotana. Es sacerdote. Se aproxima al mostrador, y al ver a Don Hilario, susurra:

EL CURA: ¿Perdón?

DON HILARIO (abriendo los ojos): Vaya, ¡Hola, reverendo José! Discúlpeme.. Estaba a punto de dormirme… ¿Pero cómo usted por aquí? ¿También viene a participar en el banquete del progreso?

EL CURA: No queda otro remedio, amigo… Por ahí no se habla de otra cosa que de ese nuevo Leviatán. Al principio, los integrantes del clero no aceptábamos un invento que podía traer funestas consecuencias para la organización tradicional de la sociedad, pero cuando estábamos en esta controversia se nos presentó la encíclica papal “Rerum Novarum” del romano pontífice, donde se nos recomendaba que empezásemos a usar ese invento los pastores de la Iglesia para no ser vistos como retrógrados en un mundo que tal vez cambie para siempre…

DON HILARIO: Me alegro de que el clero reconozca la necesidad de renovarse… Ya se sabe, renovarse o morir… Las cosas cambian, señor cura, y nada se mantiene inmóvil… El piojo crece hasta convertirse en un león, y el león se vuelve una pulga… Ustedes no pueden ser leones toda la vida…

EL CURA: Es cierto. El Salvador de la Humanidad no se opuso a las novedades, pero nos enseñó a desconfiar de ellas… Lea el  Eclesiastés… Vanitas vanitatum.

DON HILARIO: El Eclesiastés, ¿eh?… No he visto libro más desfasado… ¡Anda que no ha habido transformaciones en el mundo desde su creación! ¡Pero, hablando del tema, el otro día leí en un periódico que el universo es mucho más antiguo de lo que afirma San Agustín! ¡Y que la tierra tiene origen en la física, no en la metafísica! ¡Y que nuestros antepasados nos son Adán y Eva, sino unos reptiles muy grandes que se llaman dinosaurios! ¡Y qué sé yo! ¡Los científicos parecen poetas, exaltándose y dejando correr su imaginación! Yo ya no quiero saber nada de ellos, porque me parecen niños que se inventan una excusa para que su madre no les riña por haber faltado al colegio.

EL CURA: La serpiente… La serpiente del mal… Por mucho que diga el Papa, yo creo que en la novedad está el demonio.

DON HILARIO: Tampoco hay que exagerar…

EL CURA: La enfermedad de hoy en día es inventar. Esta es la plaga que nos ha tocado vivir. Acabaremos por creernos que no existimos. ¡Y todo gracias a usted!. Porque he de decirle que su fotografía aparece en todos los periódicos… Se va a convertir en el moderno Alejandro Magno… ¡Su empresa, Mundo Nuevo, es la primera del planeta en volumen de beneficios! Aproveche su consagración… Como dijo Solón de Atenas, al fin de la vida es cuando se puede afirmar con seguridad si uno ha sido feliz o no. Mientras tanto, juzgar es perder el tiempo… Pero, pero, ¿a qué he venido hoy aquí?

DON HILARIO: Eso es lo que me pregunto… Aparte de este bello sermón edificante… ¿A qué se debe el honor de su visita?

EL CURA (tocando la frente): Sí.. En fin… Yo venía a encargar veinte lavadoras para el Monasterio de los Dominicos de la calle de la Paz, ya lo conocerá usted, ¿no? (Don Hilario asiente) y también dos para el obispado y una para mí.

DON HILARIO (anotando en una libreta): En total, veintitrés unidades, perfecto… ¿A portes debidos?

EL CURA: Sí, a portes debidos… Bueno, con esto ya he terminado. Tengo que ir todavía a cerrar la parroquia, perdone que no me detenga más…

DON HILARIO: No se preocupe… Yo también voy a cerrar. Ya es tarde.

EL CURA (dándose la vuelta): En fin. Hasta pronto. Que el Señor lo acompañe.

DON HILARIO: Igualmente.

Después de la salida del cura, Don Hilario cierra la tienda, que queda en penumbra, y se va.

                                                           ESCENA II

Una familia habitual. La mujer borda en un sillón. Dos niños de seis años juegan con una pelota en el suelo. Llega el padre, y al ver a los niños jugando, intenta dar una patada a la pelota.

LA MUJER (viendo al marido): ¿Ya has llegado?

EL MARIDO: ¡Sí! ( a la mujer) ¡Cómo vives! ¿No tienes nada que hacer?

LA MUJER ( sin sacar la vista de la labor): ¡Para qué! La lavadora que me compraste se encarga de todo… Está mal que yo lo diga, pero estoy empezando a aburrirme…

EL MARIDO (mirando a los niños): ¿Y los críos? ¿Ya han hecho los deberes?

LA MUJER: Hace dos horas… En el ínterin, como también se aburrían, empezaron a jugar… ¡Vamos a tener que ponerles tarea extra, porque si no, van a poner la casa patas arriba!

Los niños se acercan a su padre.

NIÑO PRIMERO: Papá,  ¿trajiste dulces?

NIÑO SEGUNDO: Papá,  ¿trajiste caramelos?

EL PADRE (besándolos): No, diablillos, pero traje algo mejor para vosotros…

LOS NIÑOS A LA VEZ: ¿Otra lavadora?

EL PADRE: ¿Lavadora? ¿Para qué necesitamos otra? Con una nos llega…

LOS NIÑOS A LA VEZ: ¿Entonces, qué trajiste, papá?

EL PADRE (con misterio): Traje algo muy bonito que está en la cocina…

Los niños salen corriendo de la escena. De allí a poco vuelven desilusionados.

NIÑO PRIMERO (con fastidio): Es un aparato, no sirve para jugar…

NIÑO SEGUNDO (con el mismo fastidio): Y pesa mucho.

LA MUJER (sin dejar la calceta, protestando): Has vuelto a gastar el dinero en otro de esos inventos nuevos… Los comerciantes te engañan como si fueras un chiquillo… ¡Ay!.. Y yo aquí, todo el día sola cuidando a los niños como una boba… ¡Desgraciada de mí!

EL PADRE: No digas eso, Isabel… Es una inversión lo que he hecho… A ti, especialmente, te va a gustar ( saliendo) Espera, voy a buscarla ( de allí a poco entra con un televisor en brazos) A ver, ¿dónde coloco esto? Bueno, de momento vamos a ponerlo en el suelo (buscando) ¿Dónde hay un enchufe? ( lo encuentra) Aquí.

Mientras el padre enchufa el televisor, la madre y los hijos observan con detenimiento cada uno de los movimientos del padre. Al fin, el padre enchufa el televisor, y oprimiendo un botón, aparece una imagen aleatoria y se escuchan unas voces. No importa la marca ni el modelo del televisor, ni tampoco que este sea en color o no. Los niños, al ver la imagen del televisor, se refugian gritando junto a su madre.

LA MADRE (asustada):¡  Jesús!.

EL PADRE (riendo durante unos segundos): ¿Qué os parece? ¿Es una compra bien hecha?

Los niños salen del regazo de la madre y, aproximándose con miedo al aparato, lo contemplan absortos.

NIÑO PRIMERO (gritando): ¡Hay gente! ¡Hay gente ahí dentro!

NIÑO SEGUNDO (también gritando): ¡Papá es un mago!

LA MADRE (con terror): ¡Apaga eso , hombre! ¡Nos van a ver!

EL PADRE (todavía riendo): Nadie nos ve, tonta… Solo podemos verlos nosotros… ¿Qué os parece?… ¿A que no habéis visto nada igual? Y a penas me ha costado una cuarta parte del salario que gano… ¡Ojalá el abuelo pudiera ver esto!… Los científicos van a crear un mundo nuevo, mejor que el que Dios creó.

LA MADRE (agarrándose la cabeza): Los científicos van a volver el mundo del revés… Ahora no vamos a tener paz ni en nuestra casa…

EL PADRE (a cuatro patas mirando la imagen del televisor): ¡Calla, mujer, esto es el progreso! ¡Y si no te gusta, peor para ti!

LA MADRE (gritando): ¡Si no apagas eso, me voy de casa!

EL PADRE (apagando el televisor): Tranquila…tranquila… ¡Ya verás cuando sepan los vecinos que tenemos un televisor! Todos van a querer uno igual…

Ya apagado, los niños se aproximan al televisor y lo palpan con miedo.

EL PADRE (levantándose): ¿Y hablando de inventos? ¿Está lista la cena?

LA MADRE (levantándose también): Pues hoy me he olvidado de prepararla…

EL PADRE (con los brazos en jarras): ¿Te has olvidado de preparar la cena?

LA MADRE (angustiada): Mira, Manuel, tenemos que hablar… Últimamente me encuentro muy sola en casa…

EL PADRE (sin salir de su estupor): ¿Muy sola? ¡Pero si tienes a los niños! ¡Y la lavadora te hace todo!… No me lo puedo creer, yo vengo de trabajar desde las ocho de la mañana y llego a mi hogar rendido y mi mujer ni siquiera tiene preparada la cena, ¡su única obligación!

LA MADRE (suspirando): ¡Oh, feliz tú que puedes trabajar! Yo estoy entre estas cuatro paredes todo el día, sin hacer otra cosa que esperar por ti, como una eterna Penélope, e incluso a veces pienso (hace ademán de llorar) que sería mejor que no viviese… Desde que trajiste la lavadora no tengo nada que hacer, y las horas muertas pasan por mí como maldiciones… ¡Oh! ¿Qué sabes tú de lo que te hablo? Al menos tú te relacionas… Antes también yo lo hacía, cuando iba a lavar, pero ahora nadie va a lavar, todo el mundo tiene lavadora y lava en casa… Necesito hacer algo, ¿comprendes?, hacer algo, aunque sea morirme…

EL PADRE: Pues ahora todo está  solucionado. Ya tienes el televisor para divertirte.

LA MADRE (limpiándose las lágrimas): No es suficiente… No puedo estar sentada todo el día viendo pasar imágenes… ¡Ah! (suspira)

EL PADRE (caminando por la habitación): ¡Y todo por culpa de la lavadora! ¿Quién iba a pensar que…? Pues si lo sé, no la compro. Aún estoy a tiempo de venderla.

LA MADRE: ¿No decías que no podías renunciar al progreso?

EL PADRE (enfurecido): ¡Demonio! Prefiero renunciar al progreso que renunciar a la cena.

NIÑO PRIMERO: ¡Tengo hambre!

NIÑO SEGUNDO: ¿Qué  hay para comer?

EL PADRE: Eso me gustaría saber a mí.

LA MADRE (resignándose): Voy a preparar la cena… Mañana seguiremos hablando (sale)

Los niños comienzan a pelear por la posesión de la pelota.

NIÑO PRIMERO: ¡Dámela! ¡Es mía!

NIÑO SEGUNDO: ¡No! ¡Dámela tú!

EL PADRE (separándolos y quitándoles la pelota): ¡No es de ninguno! ¡No es de ninguno! ¿Me oís? Es mía, que la he pagado… ¿No podéis permanecer en paz?

NIÑO PRIMERO: Nos aburrimos.

EL PADRE (saliendo): ¡Oh! ¡El fin del mundo se acerca!

                                                    CAE EL TELÓN.

                                 

                                                       

                                          acto tercero

                                              ESCENA PRIMERA

Escena política. En una sala, el viajante de comercio del primer acto habla en una tribuna, con Peter Sail de pie, en silencio, a su lado. Un grupo de individuos –no importa su número ni calidad- lo escuchan sentados en cualquier parte del escenario, a modo de espectadores.

EL VIAJANTE: Ya sabe este ilustre senado culto que yo ( se da una palmada en el pecho) Ángel Lira, he sido el adalid de la Libertad, el profeta de los nuevos tiempos. Nadie de los aquí reunidos en esta docta asamblea ignora que si no hubiera sido por mí, tal vez el eminente Peter Sail hubiese muerto en la más oscura e ignominiosa indigencia, pero mis dotes al hablar y la brillantez de mi discurso –y aquí termino de hablar de mí, porque toda alabanza propia debe, con razón, de aborrecerse- han propulsado a este gran investigador al podio del reconocimiento público inmediato (aplausos de los circunstantes). Pues bien, mis servicios por el bien de la Humanidad no han terminado aquí, sino que se han multiplicado en poco tiempo como los beneficios que el invento de Mr. Sail ha adjudicado a los habitantes de la esfera terrestre, y… han de saber ustedes que el aumento generalizado del ocio en la sociedad ha permitido, mejor dicho, me ha permitido construir el gran edificio de la lógica política, es decir, un sistema de gobierno basado en este ocio manual que tan útil nos ha sido para el desarrollo interior de nuestra personalidad (pausa. Murmullos) Ello es, y así debo decir a la unanimidad de este Areópago, que podemos afirmar, de aquí en adelante, que ha muerto la tristeza en el mundo, que han muerto los obstáculos que impedían a un individuo hacerse libre, esto es, estar ocioso y poder, mano sobre mano, contemplar cómo las máquinas hacen todo nuestro trabajo (pausa. Murmullos)

Se escucha un grito: “¡Que lo diga ya!” y otro: “¡Al grano, al grano!”.

EL VIAJANTE: Sí, camaradas, lo diré todo a su tiempo (pausa) Como decía, yo opino –y mi opinión es tan válida como la de cualquiera- que no podemos continuar dependiendo de un solo poder hereditario para gobernar nuestras queridas patrias. Esto era necesario antaño, cuando el hombre se ocupaba en bestiales tareas, propias de animales y no de seres libres, pero no de hoy, cuando el hombre ha adquirido el derecho de considerarse emancipado de la naturaleza. La naturaleza está bajo nosotros, no sobre nosotros. Hoy en día, desde la aparición de este formidable invento, hemos roto las cadenas que nos sujetaban a ella y nos hemos remontado, dominándola, hasta el mismo sol. Y no se espanten, señores, acabaremos encendiendo y apagando el astro rey como se enciende y se apaga una moderna bombilla.

Se oyen voces de “¡Acaba, hablador, acaba!”, “¡Qué pides!”.

EL VIAJANTE: Bien, es hora de hablar, pues hasta ahora no he hecho más que escuchar sus propios corazones. El poder hereditario tiene que terminarse, y en su lugar estableceremos un poder electivo, que revele periódica, y no vitaliciamente, nuestros principios. Para empezar, como los pueblos disponen de más tiempo libre, la política será tarea de todos. Cada cual será un gobernante (risas). No se escandalicen de esta afirmación. Todas las propuestas individuales tendrán el mismo valor, y cualquier habitante de este planeta podrá elaborar leyes. Un Comité de Decenviros, elegidos de entre la multitud por medio de un fiel escrutinio de papeletas, será el encargado de aceptar o de rechazar las propuestas. De este modo podremos aumentar el número de decisiones y el número de resultados, y del propio número dependerá el gobierno. ¿Qué les parece? ¿No resulta un buen medio de emplear el ocio? (murmullos subidos de tono. Se escuchan opiniones encontradas de “¡viva!” o “¡muera!”) Y ustedes me preguntarán, ¿y ese comité, único, no tendrá una acumulación demasiado grande de competencias, que producirá la confusión de decisiones? Reconozco que es verdad. Pero para esto también tengo solución. El poder se dividirá en tres partes, y cada una será independiente de la otra, con sus propios encargados adscritos. Así, la sociedad funcionará como una máquina, como una lavadora, si quieren; y si en algún momento se estropea entre todos la repararemos para que siga funcionando ( se oyen voces de aprobación y sombreros lanzados al aire) ¿Están de acuerdo, verdad? ¿No es perfecto mi sistema? ( se oyen voces de “sí”, “sí”, “es un genio” y otras similares) No, por favor, no soy un genio, solo me atrevería a pedir a este ilustre areópago un cargo público de vigilante de comité, nada más; es un cargo modesto, que puedo desempeñar perfectamente… ( se oyen voces de “¡no! ¡no! ¡serás sometido a elección!”) Pero… Pero… Admito que es justo, pero mis servicios debieran ser recompensados… Yo creo que merezco ese grado por ser el promotor de este modelo de organización… Solo pido un cargo representativo modesto, solo un pequeño premio a mis servicios… (se escucha “¡abajo!” “¡abajo!” “¡fuera de la tribuna!”) Yo… Yo… Gracias a mí.. No sean desagradecidos… ¿Qué pensará Mr. Sail?… Tengo derecho a ese puesto… (un grupo de individuos de la asamblea suben a tribuna y obligan al orador a bajar. Mr. Sail lo mira y sigue inmóvil) ¡Socorro! ¡Salvajes! ¡Mr. Sail! ¡Mr. Sail! ¡Interceda por mí! (el grupo obliga también a Mr. Sail a bajar. Este obedece en silencio)

Una vez que han expulsado al orador y al científico, los asistentes se pelean por ocupar la tribuna. Se forma un barullo ensordecedor.

EL VIAJANTE (saliendo de la escena y alisándose el traje arrugado): ¡Brutos! ¡Perros! ¡Después de lo que yo he hecho por ellos! ¿Por qué no me defendió, Mr. Sail?

Mr. Sail no dice nada.

EL VIAJANTE (con sorna): ¡Ah! ¡Había olvidado que era inglés!

                                                        ESCENA II

Don Hilario, vestido de pobre, pide limosna en la calle. Los transeúntes pasan a su lado sin mirarlo.

DON HILARIO (lamentándose): ¡Arruinado! ¡Arruinado! ¡Maldito sea el momento en el que decidí vender lavadoras! ( un transeúnte arroja una moneda a los pies de Don Hilario. Este la coge con nerviosismo y la mete en el bolsillo) ¿Oh, qué diría mi padre, que fundó mi quebrada empresa, si me viera en estos harapos? Todos los socios han retirado sus participaciones… Solo he quedado yo, que no tengo nada que retirar ( se cubre el rostro con las manos) ¡Oh! ¡no puedo llorar más!

En esto aparece el cura del acto segundo, y al ver a Don Hilario en el suelo, lo mira atentamente cambiando de posición y dice:

EL CURA: ¡Yo conozco esa cara!

DON HILARIO (contemplando al sacerdote): Si las desgracias no me han envejecido, creo que soy el mismo que usted vio el mes pasado en algún lugar de esta ciudad…

EL CURA (gritando): ¡Don Hilario! ¡Dios mío! ¿Es usted?

DON HILARIO: Quisiera no serlo…

EL CURA: Pero, ¿cómo? ¿No era usted el empresario más rico del mundo? ¡Parece usted la réplica del santo Job! (haciéndose cruces)

DON HILARIO: Es verdad. Tengo que leer la Biblia. Es lo único que puede consolarme del estado en el que me encuentro. Si tiene caridad, deposite alguna de sus migajas en mi sombrero.

EL CURA: Pero, explíqueme, por Dios, ese cambio de fortuna… De millonario a necesitado, ¿cómo…?

DON HILARIO: ¿No le dije yo hace un mes que los piojos se convierten en leones? Pues aquí tiene un ejemplar de león viejo agonizante… ¡Tenía razón aquel sabio que decía que hasta el fin no te alabes! ¿Cómo se llamaba?

EL CURA: Solón.

DON HILARIO: Me acuerdo mucho de él… Verá, al principio todo eran triunfos, mi fotografía recorría todos los periódicos, mi nombre se pronunciaba en las asambleas,  pero más tarde las empresas que me hacían competencia vieron con malos ojos que yo monopolizase el comercio de lavadoras, y se pusieron a discurrir cómo arrebatarme el privilegio de su comercialización… Investigaron, y descubrieron nuevas aplicaciones para lavadoras, fabricaron nuevos modelos que consumían menos y que eran más eficaces… Yo pensé que no necesitaba cambiar mi modelo de producción… pero lo cierto es que las empresas investigadoras fueron restringiendo cada vez más mi mercado, hasta que este desapareció, anegado por la maquinación. Algo similar he estudiado que le ocurrió a España con su imperio americano de ultramar.

EL CURA: ¿Pero no era su lema “renovarse o morir”?

DON HILARIO: Sí, pero no supe aplicármelo a mí mismo… Ese fue mi error. Y ahora pago las consecuencias. El mundo ha cambiado… sí… pero ha cortado las cabezas que lo fundaron. Ahora todo el mundo anda preocupado. Todo es inestable. Nada se promete duradero. La libertad quiere víctimas. La gente no tiene ni un minuto de ocio, pues es imprescindible no dormirse para salvar el pellejo. ¡Yo creía en la felicidad! ¡Ahora ya no creo en ella! Pronto nos devoraremos unos a otros. ¡Oh, tierra! ¿Por qué no te tragas mi cuerpo?

EL CURA: Sosiéguese, amigo. Lo que le ha sucedido le ha servido de enseñanza para no poner esperanza en los bienes del mundo, que son perecederos, sino en lo de arriba, que no terminan nunca.

DON HILARIO: Esa es la esperanza que me queda.

EL CURA: Y mientras tanto, le invito a que venga a comer al refectorio de los dominicos de la calle de la paz. Yo lo invito. ¿Se acuerda del sitio? Últimamente están muy contentos los frailes con sus lavadoras nuevas.

DON HILARIO (levantándose): Muchas gracias, espero que la alegría les dure más que a mí.

Salen del escenario.

                                                               FIN DE LA OBRA

EL HOMBRE-ORDENADOR

 
 

                                                  acto primero 

Una oficina tradicional de principios del siglo XXI. Un hombre teclea en un ordenador, con la espalda arqueada y la mirada fija en la pantalla. El resto de la decoración de la oficina será libre a gusto de quien represente o de quien imagine. Junto al teclado, hay una bolsa llena de chucherías: caramelos, chicles, gominolas y demás vituallas dulces que entretienen el estómago. Unos segundos después de la presentación en escena, aparece el encargado en camisa que trae un mazo de papeles en la mano derecha y los coloca en las proximidades de la mesa de despacho sobre la que está colocado el ordenador. 

EL ENCARGADO: ¿Tienes ya el balance? 

EL HOMBRE-ORDENADOR: Todavía no. Me faltan algunos detalles. Estoy en la última fase. 

EL ENCARGADO (mirando para la pantalla y sonriendo): ¡En la última fase del videojuego de los aviones! Tú eres un ludópata, amigo. 

EL H-O: No. No soy un ludópata porque no apuesto ni un céntimo a lo que juego, como lo que otros hacen al póker ( lo mira de reojo) 

EL ENCARGADO: Anda que si se entera el jefe, te va a afeitar en seco… 

EL H-O: Está demasiado entretenido en contar deudas. No creo que levante cabeza en mucho tiempo. 

EL ENCARGADO: Mira, te traigo en estos papeles el modelo de autoliquidación de los últimos seis años, para organizar las cuentas con Hacienda… 

EL H-O: Bien. Déjalos por ahí. 

El encargado los coloca donde puede. 

EL H-O (echando las manos a la cabeza): ¡Maldita sea! ¡Otra nave, otra nave menos! Me has distraído, tío… Ahora tengo que volver a empezar. 

EL ENCARGADO: Deberías empezar por abandonar el juego. 

EL H-O (protestando): ¡Sí!  ¡Me he tirado ocho horas en vencer a los rusos! ¡Demonio de rusos! Nunca se cansan… Pero yo me encargaré de freírlos como sardinas. 

EL ENCARGADO: Así que el videojuego está ambientado en la Guerra Fría. ¿Tú eres Estados Unidos? Por eso no te cansas de exterminar al resto del mundo. La ley del más fuerte; y para eso, tantos argumentos y discursos, tantos artículos, tanta ilustración… 

EL H-O: Los rusos están locos. Quieren cambiar el orden natural para mandar a sus anchas… 

EL ENCARGADO: ¿Y Estados Unidos…? 

EL H-O (dándose la vuelta y mirándolo): Bah, esta no es una cuestión política… A mí  me importa un comino lo que hagan o dejen de hacer unos y otros… Solo quiero divertirme. 

EL ENCARGADO: La mayoría de la población hace lo mismo que tú. 

EL H-O: Mira. Ahora que ya he perdido no me importa enseñarte una cosa… 

EL ENCARGADO: A ver. 

EL H-O (sonriendo y señalando la pantalla): ¿Qué te parece? 

EL ENCARGADO: ¡Pornografía! 

EL H-O: Pero buena, ¿verdad? 

EL ENCARGADO: Muchacho, deberías cambiar de vida. 

EL H-O: Deberías, deberías… lo importante es disfrutar. El deber es aburrido. No podrás negarme que esto levanta el ánimo, ¿no? 

EL ENCARGADO: Pero no es real, amigo… No son más que actores, imágenes, no sienten lo que hacen. 

EL H-O: ¿Y a mí que me importa? Yo sí lo siento. 

EL ENCARGADO: Si yo fuera tú  y tuviera esas necesidades, me buscaría una mujer de carne y hueso. 

EL H-O: ¡Anda! Esas solo dan trabajo y problemas. Por lo menos, estas solo duran lo que dura un coito. ¡Eso es lo bueno! Después de ese momento, no las necesito. Que otro las aguante. 

EL ENCARGADO: Tú mismo… Ahí tienes los papeles. Yo me voy a tomar un cafecito, que llevo toda la mañana de aquí para allá como un mono… Que te vaya bien (sale) 

EL H-O: Ok. Hasta otra (cuando ya está solo) ¡Qué mierda de juego! Estoy cansado de él (mirando para los papeles de la mesa) ¡Ah! Ahora con esto. Papelitos… ¿Y quién será el chulo que los lea? Números y más números, cuentas y cuentos. Eso es la oficina. Viendo estas cosas, a uno le dan ganas de jubilarse… 

La secretaria entra por la puerta. 

LA SECRETARIA: Basilio… 

EL H-O: ¡qué! 

LA SECRETARIA: ¿Hiciste ese balance? 

EL H-O: Todavía no. ¿Cuántas manos crees que tengo? 

LA SECRETARIA: Deberías tener dos, y tu rendimiento es el mismo que si no tuvieras ninguna. 

EL H-O: ¿Ah sí? Yo no me paso el día hablando por los pasillos. 

LA SECRETARIA: No tienes necesidad. Ya hablas aquí lo suficiente. 

EL H-O (volviéndose a ella): ¡Estás hoy respondona, guapa! ¿No dormiste bien? 

LA SECRETARIA: Dormí  mejor que nunca. El jefe me ha dado un pequeño ascenso por mis méritos profesionales. 

EL H-O: ¡Yo soy el alma de esta empresa! Llevo todo lo importante. Si no fuera por mí… 

LA SECRETARIA: Si no fuera por ti tal vez mejor nos iría… Pero bueno, hipótesis y locuras, pueden hacerse a millones… 

EL H-O (mirando para ella): Qué vestidito tan mono llevas hoy… 

LA SECRETARIA: Gracias. Es el primero que me lo dice.  

EL H-O: ¿Ves? Tengo que ser yo el primero en todo… Oye, acércate aquí, que te voy a alisar una arruga ( le toca la falda a la altura del muslo) 

LA SECRETARIA: ¿Qué  haces? ¿Sabes que te puedo denunciar por acoso? 

EL H-O: No puedes. El acoso consentido no es acoso. Y está claro que a ti te gusta. 

LA SECRETARIA (retirándose): No abuses de mi paciencia… Le puedo decir cuatro cosas al jefe sobre tu manera lúdica de trabajar… 

EL H-O: ¡Vamos! ¡Vamos! El jefe sin mí no es nadie… Yo soy el único que sabe manejar el ordenador, querida… Apuesto a que él no sabe ni encenderlo… 

LA SECRETARIA (riéndose): Cállate, bobo, si te llega a oír…  

EL H-O: Si me oye me da la razón… El otro día le tuve que enseñar a cambiar el sistema operativo, y a veces no es capaz de entrar ni en internet… 

LA SECRETARIA: Calla, hombre, que puede llegar en cualquier momento y… 

En este instante el jefe hace su aparición. Es un hombre calvo, con bigote y gafas, vestido de traje. El H-O no lo oye llegar. 

EL H-O: La informática para él es un enigma como el de las pirámides. 

LA SECRETARIA (asustada): Calla. 

EL H-O (continuando): Su equipo todavía usa disquet y el monitor pesa más que su cuerpo… 

EL JEFE: Muy buenos días, Don Basilio (mientras esto dice, el H-O se da la vuelta asustado y cambia súbitamente el gesto) ¿Le va bien todo? ¿Necesita ayuda o puede hacer solo el balance? 

EL H-O: Buenos días, don Jacinto. Pues aquí me ve. Precisamente estaba ahora corrigiendo algunos datos (le señala un punto en la pantalla) No se crea que es moco de pavo esto de la contabilidad… Si las letras hablan, los números cantan. Por una cifra de más se acabaría el universo. 

EL JEFE (aproximándose): Ajá, y como veo, es difícil ocuparse del balance teniendo tantas direcciones a mano, ¿no es así? Textos en línea, variedad de fuentes escritas… 

EL H-O: Es que resulta que se me ocurrió leer un texto de Juan Damasceno y otro de Lucas Paccioli… Ellos son los padres de la contabilidad moderna. 

EL JEFE: ¡Excelente! (dándose la vuelta hacia la secretaria) ¿Y usted se prestó voluntaria para ayudarle en su tarea, no es así? 

LA SECRETARIA (confusa): No. No. Yo ya me iba. Entré solo para saludar. Adiós (sale) 

EL JEFE: Escuche, amigo Basilio, su falta de rendimiento en el trabajo me está empezando a preocupar… 

EL H-O: Pero, señor, si no hago más que estar frente al ordenador todo el día… 

EL JEFE: Ese es el problema. La simbiosis que mantiene con ese aparato no deja de ser sospechosa teniendo en cuenta los escasos resultados que obtiene para esta casa. Parece usted un idólatra que adorase una máquina. Yo le recomendaría que abandonase la tentación del ordenador, que es el botón de todos los vicios, y que, si así se siente más libre, escriba a mano los informes, porque me temo que usted es un esclavo sin saberlo. 

EL H-O: Don Jacinto, ¿cómo puede pensar que yo estoy absorbido por esa máquina? (la toca) Sin ella no podría hacer nada.  

EL JEFE: Con ella tampoco lo hace. 

EL H-O: Eso es porque usted no sabe las dificultades que supone llevar la contabilidad de una empresa… 

EL JEFE: Me dan ganas de hacer yo mismo el balance delante de usted, para demostrarle que se queja de vicio. Mire, no es la primera vez que me encuentro con este problema en un empleado. Al anterior contable que contraté, le pasó lo mismo que a usted. Por esa causa no le despido ahora mismo, porque sé que el problema no viene de ustedes, sino de esto (golpea el ordenador)  

EL H-O: Vamos, Don Jacinto, ¿es usted un hombre anticuado? ¡El Antiguo Régimen se terminó con la Revolución Francesa! No tenemos por costumbre demonizar la tecnología en plena era del átomo. 

EL JEFE: Yo le aseguro que en todas las épocas hay trampas en las que caen los hombres… Caballos de Troya que encierran una catástrofe. Usted debería consultar su caso con un profesional, porque me temo que no es consciente de su situación. 

EL H-O: ¡Don Jacinto, por Dios! ¿Cree que soy un niño? Solo me falta que me tome por enfermo. 

EL JEFE: No quería decir esa palabra, pero es la realidad. 

EL H-O (sonriendo con incredulidad): ¡Esto era lo que me faltaba por oír! 

EL JEFE (poniéndole la mano en el hombro): Escuche, Basilio… Yo soy su empleador y me da lástima el estado en el que se encuentra, así que le voy a dar una oportunidad para hacer lo que le he dicho. Le concederé una semana de plazo. Si decide no actuar, me veré obligado… 

EL H-O (con ironía): ¡Oh, una semana, qué generoso, Don Jacinto! ¿Por qué no un día de plazo? 

EL JEFE (continuando): … me veré obligado a despedirlo por falta de rendimiento. Piénselo, Basilio. Merece la pena que lo haga. 

EL H-O: A sus órdenes, patrón. 

EL JEFE (saliendo): Adiós. 

EL H-O: Adiós, jefe ( unos segundos después de que haya salido el jefe)… Se lo habrán dicho esos imbéciles envidiosos que tengo por compañeros, si no, ese tonto no se hubiese dado cuenta… Uno tiene derecho a tener unos minutos de relajación y entretenimiento… Ah, civilización occidental, ¡Qué podrida estás!… Has olvidado las fuentes de la vida con tanta astucia helénica. ¿Por qué Ulises? Yo prefiero ser Buda, el Iluminado. Sí, el budismo es la única filosofía natural, que consigue liberarnos de toda tensión acumulada por los afanes científicos… ¿Para qué tanta ciencia, tanto trabajo, tanta producción? ¿Por qué no aprendemos a quedarnos quietos? El mundo no es más que una pantalla de iconos y espectros. Solo es libre el que sabe pulsar los botones… 

En este instante, el encargado entra. 

EL ENCARGADO: Hola, Basilio. ¿No es verdad que ha estado aquí el jefe? 

EL H-O: Haz el favor de marcharte por donde has venido… No te necesito. 

EL ENCARGADO: Escucha, deberías tomar en consideración lo que te ha dicho… 

EL H-O: Vete, alcahuete. Estás vendido al enemigo. Bien me doy cuenta de que en esta empresa hay una conspiración contra mí, si no el jefe no me hubiera dicho lo que me dijo… Vosotros, que venís a mi oficina a cada momento a charlar, me habéis traicionado. ¡Y todo por envidia, porque sabéis que sin mí el barco se hundiría! 

EL ENCARGADO: Basilio, no te hemos traicionado. Tratamos de ayudarte. 

EL H-O: Es probable. Y por eso le habíais pedido al jefe que me diese un ultimátum. Como sabéis que tengo afición a la informática, la utilizasteis como pretexto de que estaba incumpliendo con mi deber, para que así, viéndome entre la espada y la pared, me viese obligado a renunciar a mi puesto de trabajo. ¿Queríais veros libres de mí, eh? Muy agudos, pero el día menos pensado, a vosotros os harán lo mismo. 

EL ENCARGADO: Es al revés de lo que piensas. ¿No te das cuenta de que tienes un vicio? 

EL H-O: Y vosotros también tenéis muchos, y no por eso os despiden. 

EL ENCARGADO: Esto es distinto. 

EL H-O: Claro. Os favorece a vosotros. Eso es lo que lo diferencia. 

EL ENCARGADO: Basilio, no quiero perder tu amistad. 

EL H-O: Sí. Prefieres seguir aprovechándote de mí para lo que te interese. Eso es lo que quieres. Tú eres el peor de todos, porque por encima de perjudicarme, pretendes humillarme. 

EL ENCARGADO: ¡Dios mío! Te equivocas… Estás bajo el influjo de tu manía… 

EL H-O: Sí. Ahora va a resultar que estoy endemoniado, ¿no? Y vosotros, santas personas, pretendéis curarme con mentiras… Estoy asombrado, chico, haces muy bien tu papel. 

EL ENCARGADO (juntando las manos): Te juro que no miento. 

EL H-O: ¡Ah, sí! ¡Ahora un juramento! El juramento de Judas… (levantando la mano en alto, a semejanza nazi) Juro exterminar a toda la humanidad que no me favorezca. Juro invadir la tierra y poner mi bandera en la luna. 

EL ENCARGADO (sin saber qué hacer): Tranquilízate, Basilio, yo… 

EL H-O: Tú eres el engranaje de esta maquinación (levantándose) ¿Sabes qué? No va a ser el jefe quien me despida, voy a ser yo mismo el que rescinda unilateralmente el contrato. ¿Estáis satisfechos tú y tu banda? Cuando me vaya, podéis hacer una fiesta. José ya está en Egipto (sale) 

EL ENCARGADO (saliendo detrás de él): ¡No cometas una locura! ¡Basilio, espera al menos…! 
 

                                                      Cae el telón 
 
 
 
 
 
 
 

                                        acto segundo 
 

Un dormitorio corriente, con una cama hecha, una mesa donde está colocado el ordenador, y frente al que está sentado nuestro hombre, y algunas estanterías con libros. 

EL H-O: ¡Por fin solo en mi casa! Aquí ya no manda nadie sobre mí. ¡Cuántos negocios he hecho ya! He invertido en Bolsa y he vendido no sé cuántas acciones a una compañía de Nueva Zelanda. ¡Ah! Y conozco a doscientas chicas interesadas en una relación esporádica. Una de ellas vendrá hoy a visitarme. No tengo más que pedir ( coloca los brazos detrás de la cabeza) ¡Dios mío: la informática ha redimido el mundo! Este fue el sueño de Jacob: una escalera por la que subían y bajaban ángeles, ¡la información!. Todo está a nuestro alcance. Podemos manejar el Cosmos desde aquí, ¡y con tan poco esfuerzo que es increíble! La evolución nos ha llevado a esto; somos la especie mejor adaptada de la naturaleza. Éramos simios cuando no conocíamos un ordenador. Y Dios, ¡y Dios ya no existe!. Lo hemos desarmado nosotros. Dominamos su mundo. Hemos acabado con su monarquía y hemos fundado una república de sabios. Su nombre no es más que una expresión que se recuerda con ironía ( rascándose la cabeza) Es hora de alcanzar el nirvana, la plenitud del conocimiento. 

Entra una chica con vestimenta un tanto provocativa que lleva tacones alto. 

LA CHICA: Holaaaa, ya estoy aquí. 

EL H-O (volviéndose): ¡Ah! ¡Hola, Lina, digo, Carmen! Te he dejado la puerta abierta para no tener que levantarme a abrirte, ¿qué tal estás? 

LA CHICA (sentándose sobre la cama): Bien… un poco cansada de andar… ¿y tú? 

EL H-O: Yo, como siempre, unido al progreso. 

LA CHICA: ¿Te Gusta la ropa que llevo? 

EL H-O (dándose la vuelta para mirarla): Sí. 

LA CHICA: ¿Sólo eso? 

EL H-O (sin interés): Me gusta mucho. 

LA CHICA : ¿Sabes por qué  me lo he puesto? 

EL H-O (distraído): Pues por algo sería, ¿no? 

LA CHICA: Me lo he puesto para estar contigo. 

EL H-O: Ah, muy bien. 

LA CHICA: ¿Por qué no me miras un poco? 

EL H-O: Estás guapísima, solo que ahora estoy haciendo una apuesta y me hace falta tener aquí los cinco sentidos. 

LA CHICA: ¿No puedes hacer eso en otro momento? Yo creo que valgo más que una apuesta. 

EL H-O: Verás, Clara, digo, Carmen… Si te aburres, puedes hacerme el favor de pasar la fregona por la cocina. Hace tiempo que la basura se ha estratificado en el suelo. A mí me parece que hay sistemas montañosos y todo. 

LA CHICA (arrugando la frente): Pero, vamos a ver… ¿a qué crees que he venido aquí, a hacerte la limpieza general? ¿No me ves cómo voy vestida o eres tonto de remate? 

EL H-O: No te enfades, Asunción, digo, Carmen. En un momento estoy contigo. Un momentito nada más… 

LA CHICA (levantándose): Un momentito, un momentito, hacerme esperar así para hacer una apuesta. Vengo corriendo para esto… (paseando por la habitación) ¡Oh, y qué olor tan desagradable viene del fregadero! 

EL H-O: Es que parece ser que la tubería está rota, pero hasta ahora no he tenido tiempo de arreglarla. 

LA CHICA: ¡claro! ¡Será  por tiempo! 

EL H-O: No te preocupes, cuando pase un rato te acostumbrarás. Yo también lo hice. 

LA CHICA: Sí, a todo habrá  que acostumbrarse (se sienta de nuevo en la cama con los brazos cruzados durante medio minuto) ¿Qué? ¿Terminarías, no? 

EL H-O (distraído): ¿Eh?

LA CHICA (gritando): ¡Digo que terminarías! 

EL H-O: Ah, con esto sí. Pero falta lo más importante. 

LA CHICA: ¿Qué es lo más importante? 

EL H-O: Tengo que cambiar la apuesta. Estos malditos comentaristas me han engañado. Son capaces de acusar al atleta de dopaje, y se va todo al cuerno. Aquí el que no corre vuela. 

LA CHICA: Me estás empezando a cansar, queridín. 

EL H-O: ¡Oh! Esto de apostar es una ciencia. Solo el que apuesta gana. Ya lo decía César: “audaces fortuna iuvat”. 

LA CHICA: ¿Sabes lo que te digo? 

EL H-O: Vaya, ¿tú también apuestas? A ver, ¿qué me recomiendas: fútbol o baloncesto? 

LA CHICA (enojada. Levantándose): Te recomiendo que te busques otra chica que te aguante. 

EL H-O (levantándose también, cogiéndola de la mano): Espera, guapa. 

LA CHICA (deteniéndose): ¿Qué  quieres? 

EL H-O: ¿Me puedes prestar diez euros? Prometo devolvértelos incrementados al quince por ciento. Ya verás. Nos vamos a hacer de oro. 

LA CHICA (mirándolo torvamente. Sale) 

EL H-O (volviéndose a sentar): Peor para ella. No quiere negociar, pues que se fastidie. ¡Solo por fin! ¿Para qué quiero gente? Te tengo a ti (toca el ordenador) Tú y yo, para siempre. El mejor amigo del hombre, la máquina. La obra de la naturaleza es imperfecta, sin embargo, la tecnología es infalible, jamás se equivoca. Algún día llegaremos a ser como ordenadores, un almacén inagotable de datos. No nos extinguiremos. Entraremos en un proceso de regeneración continua que nos llevará a la inmortalidad. ¡Mira por dónde alcanzamos las promesas religiosas! Pero no a través de la confianza, sino del ingenio. ¡El cerebro sí que es nuestro redentor! ¡Gloria al cerebro en el cielo y en la tierra! (levanta los brazos) Parece que vuelo. A ver, ¿cómo era la postura del loto? ¿Estaré ya en el nirvana? ¡OM MANI PADME HUM! Estoy por encima de todo. ¡Oh, pero…! (se detiene) ¡Tengo que ir al baño! Maldita sea, no me apetece pero tengo que ir… Volveré enseguida. No te muevas, ¿eh? (mirando al ordenador. Se levanta. Transcurre un cuarto de minuto y regresa. Se sienta) Este es uno de los fallos de nuestra especie. No terminamos de salir del animal. Hay que comer, hay que dormir… Instintos. La razón encerrada en este cuerpo. De ahí lo del alma y otras chorradas… Embelecos griegos. Pero, ¿por dónde iba? ( mirando la pantalla) Ah, sí, no sé qué apostar… ¡Hala, al azar! Si pierdo ya lo recuperaré. Así hablan los hombres (unos segundos de silencio) ¡Soy el Hombre-Ordenador, el ser más poderoso del mundo! De mí depende la Creación. Soy el sistema nervioso del universo, el ombligo, el botón de la realidad. Todo es mío. Ya no necesito a la humanidad. Odio al hombre por ser tan estúpido como un reptil. ¡Engañado por la serpiente! ¡Qué necio! (en este momento, las luces de la habitación se apagan y con ellas la pantalla del ordenador) ¿Pero qué demonios…? ¡Ah, la luz! ¡Se ha ido la luz! ¿Qué ha pasado? ¡No veo nada! ¡El ordenador se ha apagado! ¿Quién habrá…? ¡Dios mío, ahora recuerdo que no he pagado el recibo de la luz! No tengo con qué pagar (se echa las manos a la cabeza) ¡Ah, estos malditos cobradores tienen la culpa de todo! (gritando) ¡Nadie puede retirarme a mí la luz! ¿Me oyen? ¡La luz es mía! ¡Hagan el favor de traerme luz! ¡Me falta la luz! 
 

                                                 FIN DE LA OBRA

LA QUINTA HABITACIÓN

  

                                       

                                  acto primero 

Una sala en penumbra, débilmente alumbrada. Vacía. En el extremo izquierdo del escenario, una pared con una puerta cerrada. Dos hombres vestidos de legionarios romanos la custodian a ambos extremos. Es importante acentuar la soledad y el abandono de la escena. Después de transcurrido un minuto en perfecto silencio, se escucha un murmullo parecido a un sollozo prolongado. Unos segundos después, aparece un hombre vestido con frac elegante y una flor en el ojal. Avanza hacia el centro del escenario, contempla la puerta y los guardianes y se frota las manos. Después, acercándose más a la puerta, exclama: 

EL HOMBRE: ¡ Despertad! ¡Despertad! ¡Yo os lo ruego! 

Los guardias parecen reaccionar. El de la derecha le dice a su compañero: 

GUARDIA 1º: ¿Has oído eso? 

GUARDIA 2º: Lo tienes delante. Es otro que se ha perdido. Habrá que explicárselo. 

GUARDIA 1º: Explícaselo tú. 

GUARDIA 2º: Estaba a punto de dormirme. Bien, parece que hay trabajo. Esta te la guardaré. 

GUARDIA 1º: Como quieras. Despacha. 

Ninguno de los dos hace ademán de iniciar conversación con el recién llegado. Este se impacienta. Mira hacia atrás y hacia los lados. Parece desorientado. 

EL HOMBRE ( monólogo consigo mismo): Sí… Este es el sitio… No cabe duda… Yo nunca he estado aquí antes… 

GUARDIA 2º (alzando la voz): ¿Quién va? 

EL HOMBRE (reaccionando): ¡Yo! ¡Yo! ¿Tengo el honor de ser el primero? 

El guardia 1º, al escuchar la pregunta del hombre, reprime una carcajada breve. Después vuelve a su impasibilidad. 

GUARDIA 2º (mirando a su interlocutor): ¿Qué se le ofrece? 

EL HOMBRE ( se arrodilla a los pies del guardia 2º y le besa los pies): Bendito sea su nombre, fuego que calienta y no abrasa. Dichoso yo que os he mirado. 

GUARDIA 2º (quejándose): Déjese de cumplidos inútiles, hágame el favor. Levántese y hábleme a la cara. Si me adula demasiado, entenderé que quiere sobornarme, y eso no puedo permitírselo. Tal vez espera que yo le proporcione algún beneficio. Todos piensan lo mismo cuando llegan aquí. Como si en nuestras manos estuviese incumplir nuestras obligaciones. 

EL HOMBRE (reparando en el otro guardia, pretende practicar el mismo protocolo con él, pero este lo rechaza con un gesto. Después contempla la puerta y la toca con las manos entreabriendo la boca): Esta es la entrada, la entrada… ¡Cuántas veces la he soñado, pero entonces no podía tocarla! Ahora la veo y la toco, y sé que no es un sueño. Yo la imaginaba de oro, como todo lo que es bello, pero no es sino de madera, como todas las puertas. Vale más que así sea… Amén. (El hombre permanece unos segundos palpando la superficie de la puerta. Después se retira y finge llorar, cubriendo el rostro con las manos. Con voz cavernosa, lúgubre, dice:) Animal que te llamas hombre… Esta es tu herencia. Sí. Esta es tu única herencia: una puerta cerrada. Naciste para recorrer el mundo, para establecer tu ley en el universo. ¿Te acuerdas cuando caminabas sobre las cuatro extremidades y desconocías tu voz? Entonces no amabas ni aborrecías. Vivías en la Edad de Oro. Sí. Eras un conjunto de células que interactuaba con otros conjuntos, pero no te conformabas, no, con ser apariencia entre apariencias, querías llegar a ser. Querías ascender, evolucionar y superar toda forma, toda limitación. Agresivo, luchaste por la supremacía entre tus semejantes, dijiste que tus células tenían un linaje distinto a las demás que demostraban tu superioridad. Y fundaste la Historia. Porque, ¿qué es la Historia más que un cuento bien contado? Te creíste el cuento, tu Constitución. Pero esa constitución no está escrita de una vez y para siempre, no. Hay que escribirla cada día, hay que aplicarla a nuevas situaciones que contradicen a las primeras, y llegará un día en que la narración será incoherente y absurda. ¿Y ese día, será el Fin del Mundo? ¿Qué será de nosotros? Pues el suelo que pisamos no es estable, sino móvil como el agua. Un día alguien dice: ¡He descubierto algo!. Y todos lo siguen como borregos. Pasado un tiempo, nadie se acuerda del invento porque ya no es actual. Otro embeleco lo suplanta. Un conocido mía afirmaba que el hombre es un simio. Bien sé que es una sátira, pero ¡qué sátira! Llega uno a asimilarla. “La selección natural” decía “opera así”. Y muchos se convencieron, e incluso lo corroboraron después (riendo) No puede uno dejar de reírse hasta en los momentos más serios. Perdónenme ustedes ( dirigiéndose a los guardias) y también ustedes, espíritus del tiempo ( haciendo una reverencia al supuesto público) Todo se termina aprendiendo, porque todas las cosas son iguales. Somos nosotros los que nos creemos distintos. 

GUARDIA 2º (dando un paso hacia él): ¿Ha terminado ya? 

EL HOMBRE (bajando de su encumbramiento): Sí, sí, excelso señor… La verdad es que pensaba que esta escena sería más bonita. Es cierto que figuran los querubines vestidos a la moda del Imperio y la puerta está en su sitio, como cabía esperar, pero siento que falta algo… 

GUARDIA 2º (suspirando con resignación): No falta sino su reconocimiento del hecho. Es habitual fabricarse castillos en el aire, con embajadas, recepciones, proyecciones, última tecnología… Fantasmas… Fantasmas… A todos les ocurre igual. La imaginación no se cansa de diseñar nubes. 

EL HOMBRE ( sorprendiéndose): ¿A todos, dice? ¿Luego hubo otros que llegaron aquí antes que yo? 

El guardia 1º vuelve a ahogar una carcajada. 

GUARDIA 1º (Al guardia 2º): Enséñale el abecedario. 

EL HOMBRE (reparando en el guardia 1º): ¿Pero ese ángel habla? Yo creí que era mudo. 

GUARDIA 2º: No. Solo es mudo cuando quiere. 

EL HOMBRE (volviendo el rostro al guardia 1º): En fin, a pesar de la decepción, estoy orgulloso de haber llegado hasta aquí. Al fin podré conocer el tabernáculo, la quinta habitación, como le llaman. ¡Oh!. Dicen que es infinita, que la vista no tropieza nunca en ella, porque sus paredes son de luz purísima, eterna. ¡Si hemos pasado la vida mirando sombras, qué experimentaremos cuando percibamos el efecto transfigurador de la luz! La sensación ya se puede apreciar mientras se piensa. Aquí, en este órgano ( señala el corazón) parece que se enciende algo. Es necesario creer. Por mucho que nos opongamos, es necesario creer. ¿Quién no tiene esperanza?. Hasta el suelo tiene esperanza de ser pisado, cuanto más el mortal que ha pasado la vida anhelando. Esa ilusión prorrogada no puede morir cuando todas las cosas que nos rodean mueren, por lo menos quedará una semilla para empezar la vida de nuevo. 

GUARDIA 2º (encogiéndose de hombros y mirando al techo del escenario): Está usted a punto de volar. Me imagino que es un pájaro que revolotea por encima de nuestras cabezas… Discurso admirable, el suyo… Pero además de retórica, ¿qué contiene? 

EL HOMBRE (mirando al guardia 2º fijamente): Un sentimiento. Un sentimiento tan verdadero como usted. 

GUARDIA 2º (dirigiendo la vista al guardia 1º): Otro como los demás. (volviendo el rostro al hombre) A ver si acierto: ¿usted quiere entrar, me equivoco? 

EL HOMBRE (con la mirada radiante): Usted lo ha dicho. 

GUARDIA 2º (sonriendo malignamente): Le invito a que haga la siguiente deducción. ¿Cuál considera que es nuestro papel en esta representación? Porque representación es, ¿verdad? (el hombre asiente) Vamos a probar su perspicacia… Si la puerta permaneciese abierta a todo el mundo… ¿qué sentido tendría nuestro trabajo? 

EL HOMBRE (resuelto): No tendría ningún sentido. 

GUARDIA 2º ( sin dejar de sonreír): Por lo tanto, usted mismo puede considerar que, puesto que estamos aquí yo y mi compañero, la puerta va a permanecer cerrada. 

EL HOMBRE (mirando primero a la puerta y después a los guardias. Comprendiendo) ¡Oh, déjenme al menos! ¡Aunque solo sea un segundo, una milésima de segundo…! 

GUARDIA 2º (con la mano en el hombro de su interlocutor): Imposible, amigo. 

EL HOMBRE (braceando): ¿Saben cuánto me ha costado llegar hasta esta puerta? Han sido años de estudio, de privaciones, olvidando los placeres de la naturaleza: la conversación, el sexo, el descanso… No sé lo que es reposar… He invertido todo mi patrimonio humano en esta empresa. No me digan que lo he perdido todo. No, porque sería falso. Ya sé que ustedes son de otra raza, que no se mueve al soplo del viento. Ustedes ya estaban aquí antes del principio de los tiempos. Son mandatarios del Todopoderoso, ese que actúa por su propia cuenta porque su sustancia es el movimiento. Pero no me digan ahora ( haciendo ademán de limpiarse las lágrimas) no me digan ahora que no puedo, después de mi pasado, que no puedo… ser recibido en la Corte, en la Sala Infinita. 

GUARDIA 2º (tratando de convencerlo): Es una habitación como las demás. Usted ha estado en cuatro habitaciones (mientras esto dice el guardia, el hombre niega rotundamente con la cabeza) Ya no es un niño. Sabrá de lo que le estoy hablando. 

EL HOMBRE (rotundo): ¡Oh! ¡Usted no ha estado allí! 

GUARDIA 2º (impasible): Ni usted tampoco. 

EL HOMBRE (manteniendo la pausa de unos segundos): Entonces… ¿He de morir sin ver…? 

GUARDIA 2º (con aplomo): Ya lo ha visto todo. 

EL HOMBRE (a punto de replicar, parece convencerse): Es decir, ¿que no hay nada más? 

GUARDIA 2º (haciendo un mohín de contrariedad): Nada o todo, según se mire. 

El hombre mira al suelo. No se mueve. El guardia 1º tose. El hombre avanza hacia la derecha del escenario, sin quitar la vista del suelo, en ademán de querer marcharse por donde ha venido. El guardia 2º lo mira con lástima condoliéndose de él. 

GUARDIA 2º (levantando el brazo): Oiga… 

EL HOMBRE ( sin volver la vista): Me voy. No tengo nada que hacer aquí. (Sale del escenario). 

El guardia 2º regresa a la puerta y guardia su posición inicial. Mantiene silencio durante unos segundos. 

GUARDIA 1º (observándolo y compadeciéndolo): No te preocupes por él. Aprenderá. 

GUARDIA 2º (no contesta). 

GUARDIA 1º: ¿Te ocurre algo? 

GUARDIA 2º (después de un tiempo, cuando el guardia 1º está a punto de repetir la pregunta): No.. No… Solo que… En parte tenía razón… Pobre hombre… 

GUARDIA 1º: Se habrá  llevado un chasco, como todos… ¿Y quién no se lo lleva? 

GUARDIA 2º: Pensaba que hablábamos en verso. 

GUARDIA 1º: Bueno, ¿y qué? Tal vez hablemos en verso sin saberlo. Todo es opinión. 

GUARDIA 2º (mirando al guardia 1º, repitiendo): Todo es opinión. 

El escenario se ilumina. Entra una joven vestida de maja acompañada de un individuo con chándal deportivo que consulta continuamente su reloj de pulsera. Ve a los guardias. Los saluda agitando la mano. 

GUARDIA 1º Y GUARDIA 2º (saludando): Bienvenida, Libertad. 

LIBERTAD (dando una vuelta a modo de sevillana y haciendo que la falda revolotee un poco): Bendice, alma, a quien te saluda por tu nombre. Donde estés tú, estará la alegría. ¡Ay de los que te aborrecen! ¿Qué sería del hombre sin la mujer? Un niño abandonado. Tal vez un despojo. 

GUARDIA 1º: ¿Siempre te manifiestas del mismo modo? 

LIBERTAD: Soy deseo, ¿cómo habría de manifestarme? 

GUARDIA 1º: Hace poco estuvo aquí alguien a quien podrías haber ayudado. Llegó aquí guiado por una estrella, pero es posible que hubiese confundido un astro lejano con algún foco de estos que nos ilumina (dirige la vista hacia el techo). 

LIBERTAD (bromeando): ¡Oh! ¡Sí! En la vida unas cosas se parecen a otras, pero no lo son. (Filosófica). Yo pensaba que el mundo estaba ahí, como una montaña, y tardé  en comprender que el mundo somos nosotros. El tiempo nace cuando empezamos a hablar. Es inevitable. 

GUARDIA 1º: ¿Y ese que te acompaña, es otro de tus amantes? 

LIBERTAD ( colocando el dedo sobre la boca, a modo de advertencia): Es el Héroe, el Redentor. Se llama Hércules. 

GUARDIA 2º (sorprendido): ¿Se llama Hércules? 

EL ACOMPAÑANTE (adelantándose, con timidez): Me llamo Hércules. 

LIBERTAD (disculpándolo): Habla poco todavía. Dice que hay que hacer las cosas cuando es el momento de hacerlas. De otro modo, se pierden. Pero es muy simpático si le da por serlo… Siempre está mirando el reloj, con mucha atención. Asegura que el Todopoderoso le comunica las noticias a través de él. Viste ropa deportiva porque está en toda ocasión vigilante, preparado para la acción. Actúa muy bien. 

EL ACOMPAÑANTE (adelantándose otra vez con la misma voz de antes): A veces soy simpático. 

GUARDIA 2º (con la mano en el mentón mirando al guardia 1º): Ese nombre lo he oído alguna vez, ¿tú no? 

GUARDIA 1º (haciendo memoria): Tal vez… Alguno de los que pasaron debía llamarse así. 

EL ACOMPAÑANTE (avanzando unos pasos delante de Libertad. Señalando con el dedo) Esa es la puerta… (volviéndose al público) Ese es el Todopoderoso… 

LIBERTAD (adoctrinándolo): Solo es un ojo en la noche. No hace daño. Te mira, únicamente. Te acabas acostumbrando. 

EL ACOMPAÑANTE (repitiendo ensimismado): Te acabas acostumbrando… 

GUARDIA 1º (A Libertad): ¿Cuál es su función? 

LIBERTAD (dubidativa): Pues… dicen que conoce todos los idiomas… y que puede curar enfermos… Tiene una obsesión con la puntualidad… Si le quitaran el reloj, yo creo que se volvería loco… (mientras Libertad habla, el acompañante comienza a recorrer el escenario buscando algo) ¿Qué ocurre, Hércules? ¿Perdiste la hora? 

EL ACOMPAÑANTE (con la vista en el suelo): Huellas…Huellas de hombre… 

LIBERTAD (mirando al suelo también): Serán las tuyas… 

EL ACOMPAÑANTE (con voz más fuerte): No… huellas de otro hombre… Aquí ha venido uno, vestido de frac, hace nueve minutos… Buscaba la puerta… Quería entrar… No le dejaron…  

Los dos guardias se miran. 

GUARDIA 2º: Todo lo que ha dicho es verdad. Yo mismo asistí a ese individuo. Es el hombre del que te hablamos antes. Mi compañero puede corroborarlo. 

GUARDIA 1º: Es cierto. 

LIBERTAD (con un gesto de entereza): Ya veis que no me equivoco al afirmar que mi acompañante tiene poderes sobrenaturales. Para él ningún fenómeno está oculto. Es un excelente detective. Por algo lo he educado en un pupilaje sobrio. Lo amo como si fuera un hijo. ¿No es así, Hércules mío? 

EL ACOMPAÑANTE (señalando la puerta): El Paraíso… Del otro lado de la puerta… Lo siento… Un campo magnético irresistible… Atrae y destruye… Todos lo esperan… Es la conciencia… Nadie lo alcanzará… Solo se deduce… Pero al Final de los Tiempos… cuando ninguno exista… cuando el reloj se pare… se abrirá la puerta…. Hasta entonces, sangre será nuestra bebida… 

GUARDIA 1º (risueño): Habla como un libro. 

LIBERTAD (disculpándolo): A veces es difícil de comprender, pero nunca miente. A mí me gusta escucharlo. Te aclara muchas cosas. Incluso profetiza sobre mí como si no me conociera. Parece que no pisa el suelo, da la impresión de que no está entre nosotros. Yo lo quiero mucho, porque es como un niño. Si no lo beso delante de la gente, es porque me da vergüenza hacerlo. 

EL ACOMPAÑANTE (señalando el reloj): Los turistas… 

LIBERTAD (dando una palmada): ¡Por Dios! ¡Se me olvidaba! ¡Qué tonta soy! Deprisa, cambiaos el traje. Están a punto de llegar. 

GUARDIA 1º Y GUARDIA 2º: ¿Quiénes? 

LIBERTAD (en voz alta): ¿Quiénes van a ser? ¡Los turistas! ¡Los turistas! Rápido, tenemos que poner esto como una patena. 

GUARDIA 2º: ¿Pero cómo? (sin saber qué hacer) ¿Cómo no nos avisaste antes? 

LIBERTAD (dando vueltas de un lado para otro): Se me pasó… Se me pasó… ¡oh! ¿Cómo puedo ser tan distraída? Rápido, que venga Braulio con los trajes… (caminando hacia la derecha del escenario y llamando fuertemente) ¡Braulio! ¡Braulio! ¡Braulio!  

Entra un individuo con peluca blanca del siglo XVIII. Es corto de vista y no muy perspicaz. Lleva una maleta roja en la mano que no sabe muy bien qué hacer con ella. Mientras mira estúpidamente al público, Libertad le arrebata la maleta de las manos. 

LIBERTAD (con ira): ¡Oh! ¿ No te dije que me avisaras cuando llegaran? ¿Qué clase de bedel eres tú? ¡ Pero trae los decorados, hombre! 

BRAULIO (duda un instante, mira al público y después a Libertad, al acompañante y a los guardias. Mientras tanto, Libertad abre la maleta e indica a los guardias que se desvistan y se pongan los vestidos de ángel que hay en la maleta. Los vestidos de ángel son túnicas blancas con alas de pluma o de otro material. Los guardias se desvisten con celeridad sus atuendos romanos y los introducen en la maleta. Libertad entrega la maleta a Braulio) 

LIBERTAD (palmoteando, a Braulio): ¡Pero espabila, hombre! ¡Trae los decorados! ( Braulio avanza corriendo a punto de salir) ¿Y el humorista? ¿Dónde está el humorista? ( Braulio regresa corriendo a donde está Libertad) ¡Trae al humorista! ¡Trae los decorados! ( Braulio sale corriendo del escenario). 

Braulio vuelve a entrar con una bolsa negra en la mano y acompañado de un hombre de unos treinta años con el pelo engominado y gafas de sol. Viste camisa blanca y pantalón de traje y se sonríe continuamente. Braulio entrega la bolsa a Libertad, y ella extrae de ella unas figuras de porispán o de cartón que simbolizan flores, fuentes, árboles que dan al escenario una apariencia campestre, bucólica y pintoresca. De todos modos, ha de notarse que es una decoración improvisada, puesta a prisa, sin cuidado. 

LIBERTAD ( a su acompañante Hércules, mientras coloca los decorados): Tú también puedes ayudar. 

EL ACOMPAÑANTE ( excusándose): Alguien tiene que observar mientras. 

Libertad termina su trabajo. Comprueba con una mirada que los guardias están vestidos. Extrae de la bolsa negra una guirnalda de flores y la coloca en la cabeza. Después avanza hacia el hombre del pelo engominado, que es el humorista, y le dice: 

LIBERTAD: Tú conmigo siempre. Es importante que te vean conmigo ( y lo coloca a su lado). 

EL HUMORISTA: ¿Empiezo ya? 

LIBERTAD: No, no… espera a que lleguen (al acompañante) Y tú, Hércules, a mi lado también ( lo coge de un brazo y lo coloca a su lado) Qué hermosa trinidad. Así estamos bien ( mirando a los guardias) ¿Estáis listos? ( Ellos asienten) Bueno ( A Braulio, que mira al público con ojos de estúpido) Venga, tráelos ya (Braulio, caminando como un pato asustado, sale) 

Transcurren pocos segundos. Se escucha un murmullo de gente que se acerca. Entra Braulio acompañado de cinco personas, dos mujeres y tres hombres. Van vestidos, los hombres, con pantalón blanco y camisa hawaiana. Las mujeres, con pareos y faldas cortas. Están permanentemente comentando y admirándolo todo. Levan cámaras de foto colgadas del cuello. Cuando entran, Braulio conecta el tocadiscos y se oye durante unos segundos una pequeña parte de “Música Acuática” de Häendel. La música termina. 

LIBERTAD (improvisando): Ejem… Buenos días, señores… Yo soy Libertad, y tengo por misión enseñarles la entrada de la Quinta Habitación. ¿Podrían prestarme un minuto de atención? ¿Solo un minuto? ¿Sí? (los turistas guardan silencio) Este es el vestíbulo, ¿ven?. Está decorado así en homenaje a la cuarta égloga de Virgilio… Ustedes habrán oído hablar de la cuarta égloga de Virgilio, ¿no es así? (murmullos de aprobación) Aquella que empieza… (Libertad busca en su memoria, intentando encontrar el verso). 

EL ACOMPAÑANTE: Sicelides Musae, paulo maiora canamus. 

LIBERTAD (dando una palmada en la cabeza): Exacto, exacto. Muchas gracias a mi acompañante. Siempre dice todo a tiempo. 

Los turistas aplauden a Hércules. 

LIBERTAD: No, no es necesario que aplaudan. Eso resérvenlo para el final… Pero miren ( señalando la puerta) Ese es el famoso templo cerrado y los dos ángeles custodios. Ahí estuvieron Adán y Eva, y ahí dicen que regresaremos todos. Nadie lo ha visto por dentro todavía, pero dicen que es bellísimo ( Libertad, al decir esto, levanta la cabeza al cielo. Los turistas fotografían la puerta. Uno de los turistas se acerca al guardia 1º y le toca la orla de su túnica para comprobar que es verdadera) Sí, queridos presentes, son reales… son reales. Pueden hablar, ¿no es así, angelitos? 

GUARDIAS 1º Y 2º  A LA VEZ : Sí. 

Los turistas retroceden asustados. Una mujer da un grito corto.  

LIBERTAD: No se asusten, no hacen daño. 

HUMORISTA (iniciando su intervención): Son de cera, pero muy educados. 

Los turistas miran al humorista y se ríen. 

HUMORISTA (disculpándose): Es verdad. 

Los turistas siguen riendo. 

HUMORISTA (aparte): Nunca pensé  que esta profesión fuera tan fácil. 

TURISTA 1º (preguntando): ¿Se puede entrar? 

LIBERTAD (reaccionando): Ah, no, no, está prohibido. Esta habitación es sagrada. 

TURISTA 2º ( una mujer sacando un fajo de billetes): Podemos pagar. 

LIBERTAD (intolerante): De ninguna manera, señora. Es un delito, ¿sabe?. Esto es una cosa espiritual, que no está en el comercio de los hombres. Aquí solo entran los elegidos. Es decir, hasta ahora no ha entrado nadie, ¿no es así, angelitos? 

GUARDIAS 1º Y 2º A LA VEZ: Sí. 

Los turistas vuelven a asustarse. 

LIBERTAD ( tratando de convencerlos): Conténtense con mirar. Pero oigan ( acordándose de algo) Esta habitación tiene su leyenda… Se cuenta- al menos, así me lo contaron a mí cuando era pequeña- que dentro de la habitación hay una gigantesca pantalla, de más de mil pulgadas, y que en ella se representa sucesivamente el nacimiento del mundo. Es hermoso, ¿verdad?. Esto lo contaba un poeta que asegura que lo vio con sus propios ojos. 

TURISTA FEMENINA (protestando): ¡Qué aburrido! 

TURISTA MASCULINO: ¿Y esa pantalla, es en color? 

LIBERTAD: Creo que sí. 

TURISTA MASCULINO 2: ¿Y es de alta definición? 

HUMORISTA (sarcástico): Depende de la vista que usted tenga. 

TURISTA FEMENINA 2: A mí  me gustan mucho las películas de amor, los largometrajes lentos, y los cortometrajes cómicos de Charlie Chaplin… ¿En esa pantalla se proyecta alguna película de Charlie Chaplin? 

LIBERTAD (dudando): Pues… 

HUMORISTA: Ya lo creo. Los ratones hacen de todo. 

Los turistas no parecen comprender. 

HUMORISTA (en un aprieto): O las ratas… 

Los turistas ríen. 

HUMORISTA: Estoy a punto de reírme yo. 

LIBERTAD (levantando los brazos): ¿Y bien, que les parece este acogedor vestíbulo? Esta arquitectura es colosal, grandiosa, revela el talento del Creador, que tal vez nos escuche… 

HUMORISTA: ¿Eh? 

Los acompañantes siguen mirando a la puerta, hipnotizados. 

EL ACOMPAÑANTE (sentencioso): Todo mortal… Sin remedio… Seducido por esa puerta. 

HUMORISTA: Y eso que no saben lo que hay detrás. 

LIBERTAD (filosófica): Vamos, señores, pero qué sería del mundo si ese misterio se resolviese… Caerían una a una nuestras ilusiones… Es mejor que así sea… 

EL ACOMPAÑANTE: Amén. 

En este momento, se produce un hecho inesperado. De entre la turba de turistas avanza uno con una pistola en la mano. Se puede reconocer al hombre de la primera escena, a quienes los guardias le impidieron el paso a la Quinta Habitación. Avanza hacia la puerta y se coloca delante de los turistas, que retroceden aterrados. 

EL ACOMPAÑANTE (con un susurro): El… maligno. 

EL HOMBRE ARMADO (con sorna): Bien, ahora no dudo que me escucharán… Así lo he aprendido: “Cuando no te valga pedir, ordena”. (gira la vista hacia atrás) Estos dos señores disfrazados de ángeles me negaron la entrada a la Sala Infinita… Ahora he venido aquí para entrar, y aquel que se me oponga, lo mataré. 

EL HUMORISTA (sin perder la sonrisa): ¿Ha comprobado que la pistola está cargada? 

Una turista se desmaya. Otra grita. Los dos turistas masculinos se arrodillan y rezan. 

LIBERTAD (clamando, con nervios): ¡Ay! ¡Ay! ¿Pero qué es esto? 

EL HOMBRE ARMADO: Esto es una orden. 

HUMORISTA: ¿Podemos pactar un aplazamiento? 

EL HOMBRE ARMADO: Desde luego. Puede morir primero, si lo desea, para hacer tiempo. 

HUMORISTA (aparte): Ahora el chiste lo ha hecho él. 

GUARDIA 1º (quejándose): Si al menos tuviéramos nuestras armas… 

EL HOMBRE ARMADO (gritando): ¡Deprisa! ¡Los turistas pueden marcharse! 

Los turistas salen del escenario corriendo. 

EL HUMORISTA: Recuerdo que dejé afuera el pañuelo… ¿Podría…? 

EL HOMBRE ARMADO (gritando): ¡He dicho los turistas! 

EL ACOMPAÑANTE (declamando): Hasta que se abra la puerta, sangre será nuestra bebida. 

EL HOMBRE ARMADO (apuntando a los guardias): Abran la puerta. 

Los guardias vacilan. Libertad grita “¡No!”. Los gritan a la vez: “¡Tirano!”. El acompañante Hércules avanza hacia el hombre armado y trata de sujetarlo cuando este se encuentra de espaldas a él. Ambos forcejean. 

EL HOMBRE ARMADO (gritando): ¡Esto acabará en tragedia! 

EL ACOMPAÑANTE: ¡Cobarde! Dependes de un arma… 

LIBERTAD (gritando a pleno pulmón): ¡Aprisa! ¡Aprisa! ¡Bajad el telón! ¡Bajad el telón! 

Los guardias abandonan la puerta y obedecen. Cae el telón. 
 
 

      
 

                                             acto segundo 
 

La misma sala en penumbra del primer acto. Prácticamente la misma escena. Los guardias, vestidos de romanos, vigilan la puerta. No hay rastros del decorado campestre. El escenario debe transmitir tristeza, soledad. Un pájaro, símbolo de la nostalgia, se oye cantar en la lejanía. Después del canto del pájaro, comienza el diálogo. 

GUARDIA 1º: Nos han dejado como al principio. 

GUARDIA 2º (meditabundo): Parece mentira que hubiese sucedido aquello… El pasado desaparece, y queda lo mismo, lo que no se puede llevar el tiempo. 

GUARDIA 1º (ensimismado): ¿Qué es lo que no se puede llevar el tiempo? 

GUARDIA 2º: La conciencia. 

Unos segundos de silencio. 

GUARDIA 2º: Aún así, no lo comprendo. 

GUARDIA 1º: ¿Qué  no comprendes? 

GUARDIA 2º: No comprendo nada… Yo bien sé (se frota la frente) que aquí hay alguien más entre nosotros. 

GUARDIA 1º: Eso es ridículo… ( señalando al público) Ellos no participan… Ahí hay una pared incorpórea… Pertenecen a otro mundo. 

GUARDIA 2º (sentencioso): Hay un solo mundo para todos. 

GUARDIA 1º: Pues entonces serán los recuerdos… Las estatuas de los Antiguos. El Senado de los Antepasados. Las cosas que suceden vienen a parar ahí más tarde o más temprano. 

Otros segundos de silencio. 

GUARDIA 1º (aproximándose al guardia 2º): Oye. 

GUARDIA 2º: Qué. 

GUARDIA 1º: ¿Tú  nunca has sentido curiosidad por…? 

GUARDIA 2º: Eso es imposible. Nosotros estamos aquí para impedir que eso suceda. 

GUARDIA 1º: Es verdad. Pero… Nosotros también… 

GUARDIA 2º: No, no somos como ellos. 

El guardia 1º hace ademán de hablar, pero luego opta por callarse. Se escucha el ladrido de un perro. 

GUARDIA 1º: La llamada… 

GUARDIA 2º: Es solo un fenómeno natural. No significa nada. 

Unos segundos de silencio. 

GUARDIA 2º (riendo solo): Ese pícaro… 

GUARDIA 1º: ¿Quién? 

GUARDIA 2º: El advenedizo ese… el de la pistola… 

GUARDIA 1º: Ah. 

GUARDIA 2º: No estuvo mal el simulacro, ¿verdad? 

GUARDIA 1º: Por un momento me lo creí, pero después me dije: “el poder somos nosotros. Nosotros somos la divinidad. Nadie puede conculcar esa norma, porque si no, ¿qué sentido tendríamos?”. Lo que ocurrió fue que nos pilló desprevenidos, representando y no actuando, para engatusar a esos turistas. Ellos quieren verlo todo premeditado, para sentirse seguros y organizar la sociedad en base a sus apreciaciones. No pueden ver las cosas cara a cara… 

GUARDIA 2º: Necesitan olvidar la puerta. 

GUARDIA 1º: Es que pensar que el quinto elemento está ahí dentro, el éter… 

GUARDIA 2º: El éter… vapor de agua… nuestras ilusiones. 

GUARDIA 1º: Pero yo he perdido la fe. 

GUARDIA 2º (enfurecido): ¡Cállate! 

Unos segundos de silencio. 

GUARDIA 1º: ¿y Libertad? ¿Actúa o representa? 

GUARDIA 2º: Representa, como los demás. Ella conduce al pueblo, a la asamblea, hasta la puerta, acompañada del humor y del entusiasmo, del sacerdote y del mesías. Los turistas de este mundo, que forman el pueblo, no pueden dejar de seguirla (pausa) Y así es la Historia, siempre igual para los que no nos movemos del sitio. 

GUARDIA 1º: ¿Y el de la pistola, qué pretendía? 

GUARDIA 2º: Interrumpir la representación. Pero nunca podrá conseguirlo. 

GUARDIA 1º: ¿Por qué? 

GUARDIA 2º: Porque es incapaz de matar una mosca. Es el Mal, el peor actor de esta pieza. 

GUARDIA 1º: Consiguió que se bajase el telón… 

GUARDIA 2º: Sí… Para volver a subirlo más tarde. ¿De qué sirve tener una pistola si no se puede apretar el gatillo? Si se abriese la puerta, todo se desvanecería. Ese hombre estaba loco, así que no puede representar con nosotros. 

GUARDIA 1º: A ti te daba lástima al principio. 

GUARDIA 2º: Sí, y me la sigue dando. En el fondo, en el fondo, yo sé que no es del todo malo… 

Breve pausa. 

GUARDIA 1º: Oye. 

GUARDIA 2º: Qué. 

GUARDIA 1º: ¿Y nosotros… actuamos o representamos? 

GUARDIA 2º (tras una pausa): ¿Por qué me preguntas eso? ¿No sabes la respuesta? 

GUARDIA 1º: Sí.. pero… a veces… a veces… (el guardia 2º suspira) No sé si hay… algo más… que esto. 

GUARDIA 2º: Por supuesto que hay algo más (mirando a la sala) ¿Este escenario pobre te parece suficiente? 

GUARDIA 1º: También están las cuatro habitaciones de arriba… Los dormitorios de los turistas… 

GUARDIA 2º (enfurecido): ¡Pero no es suficiente! Cuatro habitaciones no llegan a formar el mundo que pensamos. Solo hay una posibilidad racional: adjudicar a la Quinta Habitación lo que no podemos ver. 

GUARDIA 1º: Pero eso no prueba nada. 

GUARDIA 2º (golpeando el suelo con el pie): ¿Y qué? ¿Acaso puedes tú demostrar que no es verdad? 

GUARDIA 1º (tímido): Pero la carga de la prueba… en todo caso… incumbe al que afirma… 

GUARDIA 2º (gritando): ¡Pues yo no afirmo nada, niego que tengas razón! 

GUARDIA 1º (afable): Te has puesto nervioso. 

GUARDIA 2º (protestando): ¡Me pongo como me da la gana! 

GUARDIA 1º (en voz baja): Yo… perdona… 

GUARDIA 2º (enfurecido): ¡Me estás contagiando tu falta de fe! 

GUARDIA 2º (disculpándose): Es que yo… quiero creer.. pero a veces… siento una falta… 

GUARDIA 2º: ¡Te estás volviendo cobarde, como el loco ese que vino aquí con la pistola! 

GUARDIA 1º (prosiguiendo): El otro día soñé… que entraba en la habitación… Tú no estabas… Y cuando entré… cuando entré vi todo oscuro… y el interior olía a cerrado, un poco a humedad, como un abismo… Y yo grité, pero nadie me contestó, porque no había nadie dentro… Estaba solo… Allí… 

GUARDIA 2º (despreciándolo): Eso son imaginaciones… Tu falta de fe te engaña. 

GUARDIA 1º: Yo quiero pensar que es así… Pero si me dieran una prueba, aunque fuera como un átomo… 

GUARDIA 2º: ¡Y dale con la obsesión! Si hubiera pruebas, no estaríamos aquí. 

GUARDIA 1º: Puede ser… o… es… Ambas cosas son lo mismo… Pero lo que sí sé, es que en esta situación no podré seguir por más tiempo. 

GUARDIA 2º ( revolviéndose): ¿Vas a abandonar? 

GUARDIA 1º (firme): No… Voy a entrar. 

GUARDIA 2º (asustado): ¡Estás loco! 

GUARDIA 1º (firme): Ahora sé que no puedo hacer otra cosa. Es mi destino… 

GUARDIA 2º (encarándose con él): ¡Por encima de mi cadáver! 

GUARDIA 1º (mirando a la puerta): Lo siento… Somos compañeros de oficio, y el continuo trato nos ha hecho amigos… Pero en este preciso instante mi paciencia se termina… y debo entrar o morir. No hay término medio. 

GUARDIA 2º (tratando de relajarlo): Intenta tranquilizarte… Tal vez estés pasando por un mal momento… Recapacita.. Lo que pretendes es imposible. 

GUARDIA 1º (firme): Te equivocas. Es posible. Lo imposible es que tú lo aceptes. 

GUARDIA 2º (resuelto): Pues entonces, vence o muere ( y lo golpea con el puño en la sien. El guardia 1º cae. Mientras está en el suelo, el guardia 2º extrae un puñal del cinto y finge apuñalarlo) 

El guardia 1º no se mueve del suelo. Transcurren unos segundos. El guardia 2º está  inquieto y comienza a dar vueltas alrededor del escenario. Se acerca a la puerta. Hace ademán de asir el pomo y desiste, durante tres veces. Después mira al fallecido con profunda preocupación y se muerde las uñas. Vuelve a dar una vuelta alrededor del escenario. Se sienta en el suelo. Se levanta. Va hacia la puerta y ase el pomo. Lo suelta como si ardiese. Vuelve a mirar al fallecido, después al público, y desesperado por el remordimiento, vuelve a extraer el puñal con el que mató al guardia 1º, y se hiere con él en el pecho. Cae al suelo. Se escucha el ladrido de un perro y después el canto de un pájaro. Transcurre medio minuto, pasado el cual la puerta se abre y entra al escenario un niño de unos cinco años con un cubito de playa en la mano. El niño parece desorientado, mira a los cadáveres que están al lado de la puerta y mira al público, sin comprender. Asustado, vuelve a entrar en la habitación y cierra la puerta. 
 

                                                FIN DE LA OBRA